miércoles 10 de junio de 2009

CIENCIOLOGÍA, EN EL PUNTO DE MIRA

Hay sectas que, al menos, se lo curran medianamente bien a la hora de inventarse una doctrina atractiva con la que atraer clientela -cuyo número se dispara en tiempos de crisis- para vaciarle sus bolsillos (y, de paso, sus cerebros). The Church of Scientology, sin embargo, es depositaria de un ideario pseudocientífico tan falaz como ridículo. Aún así, muchísimos ingenuos pican el anzuelo, entregando grandes sumas económicas a la causa y sintiéndose privilegiados por formar parte de tan exótica iglesia, a través de la cual podrán conocer sus antiguas encarnaciones, remontándose hasta ¡108.000 millones de años antes de Cristo!... Entre sus líderes destaca el actor Tom Cruise, quien recientemente decidió que su pequeña Suri, de tres años, ha de crecer bajo los principios doctrinales de la organización, siendo para ello necesario aislarla de los niños 'no cienciólogos'. ¡Sabia decisión para promover valores de convivencia en los más pequeños!... No obstante, en la web de la organización leemos: "La aplicación de los principios de Scientology a la crianza de los niños puede darnos la seguridad de que sean personas felices, cariñosas y productivas y que cuando sean adultos se convertirán en miembros valiosos de la sociedad en la que vivan". El mismo mensaje que venden todos los grupos de dinámica sectaria, poseedores de soluciones milagrosas y técnicas de autoayuda para erradicar cualquier problema que afecta al ser humano. Y esa es la trampa en la que muchos incautos caen...

Los cienciólogos, que mantienen una feroz campaña contra la psiquiatría, siguen obedientemente los preceptos del norteamericano Lafayette Ronald Hubbard (1911-1986), pésimo escritor de ciencia-ficción que supo encontrar un filón al fundar la secta en 1954, a raíz de la publicación de su best-seller Dianética: la ciencia moderna de la salud mental (1951), donde expuso sus delirantes ideas filosóficas, inspiradas en sus cutres relatos fantásticos, con alienígenas de por medio (como es su novela Campo de Batalla: la Tierra). Este personaje, desequilibrado mental y megalomaníaco según apunta el periodista Russell Miller en su excelente biografía Bare-faced Messiah: The True Story of L. Ron Hubbard (1987) -aunque para sus acólitos fue un superhombre oriundo de Venus-, no se cortó un pelo al afirmar que "si un hombre quiere realmente ganar un millón de dólares, lo mejor es crear su propia religión". Cienciología es hoy una poderosa multinacional montada en el dólar, que cuenta con delegaciones en 164 países y con unos 10 millones de adeptos. En España, terreno propicio para la expansión de grupos sectarios debido, por un lado, a la libertad religiosa y de culto garantizada por nuestra Constitución, y por otro, a la ineficacia judicial en dicha materia (hay legislación suficiente, pero no suele aplicarse como es debido en el caso de las sectas), la Iglesia de la Cienciología -que consiguió inscribirse hace un par de años en el Registro de Entidades Religiosas del Ministerio de Justicia por sentencia de la Audiencia Nacional- ha asentado sus bases proselitistas en distintas provincias, teniendo su sede principal en un lujoso edificio de cinco plantas ubicado a escasos metros del Congreso de los Diputados, en Madrid (exactamente en el nº 7 de la calle Santa Catalina). Su fastuosa inauguración en 2004, en la que estuvo presente el propio Tom Cruise, acaparó la atención de los grandes medios de comunicación, que hicieron una inmerecida publicidad a la secta, calificada de destructiva en muchos países europeos. En el nuestro está operativa desde 1981 -logrando ese mismo años inscribirse en el Registro de Asociaciones Civiles bajo el nombre de Asociación Civil Dianética- y ya existen actualmente unos 11.000 cienciólogos, o eso aseguran sus líderes.

Pepe Rodríguez, en su libro Las sectas, hoy y aquí (1985), resume perfectamente la doctrina de dicha organización: "El hombre es 'Thetan', compuesto de cuerpo y espíritu inmortal, que se reencarna sucesivamente antes de 'liberarse'. Pero la carga de traumas acumulados en anteriores existencias -'engramas'- impiden la liberación definitiva y son los causantes de todos los problemas de la actual existencia. Por medio del 'Auditing' (auditación) y conectado al 'E-meter' (detector de mentiras) el cienciólogo 'preclaro' puede llegar a convertirse en 'claro' y adquirir poderes ilimitados". Los pasos hasta alcanzar esos presuntos poderes y transformarse en seres superiores obligan al desembolso de mucho dinero. Para lograr el nivel de 'Thetan Operativo' se requiere tener, sobre todo, los bolsillos bien llenos (algunos cursos cuestan hasta 120.000 euros). Así es Cienciología, cuyo dios es el dinero. Por otro lado, el control que la secta ejerce sobre el adepto es brutal, llegando a recibir serias amenazas quien decide abandonar el grupo. En ocasiones han llegado a la agresión física. La secta archiva todos los datos privados de sus adeptos, revelados durante las sesiones de auditación, donde confiesan hasta los secretos más íntimos. Si el adepto pretende abandonar la organización o presentar una denuncia, enseguida sacarán a la luz los expedientes de esta persona, con el propósito de desprestigiarla públicamente. Por tal motivo, muchos adeptos que han querido marcharse se ven coaccionados psicológicamente, con su libertad coartada y constantemente amenazados, lo que prácticamente les convierte en esclavos de la secta. Su peligrosidad, por tanto, está fuera de toda duda.

Los tentáculos de Cienciología

La obsesiva pretensión de Cienciología de infiltrarse en diversos organismos públicos para ganar puestos de poder -incluso en los gobiernos, como demuestra las grandes sumas gastadas en una sociedad norteamericana de relaciones públicas dedicada al lobbying político-, y su afán de recoger información personal sobre funcionarios, políticos, empresarios, periodistas, etc., haciéndose con documentación confidencial y ejerciendo el espionaje con total impunidad (a través de un departamento denominado Oficina del Guardián), motivó en su día que el FBI emprendiera una ardua investigación sobre los verdaderos entramados de la secta, dando como resultado la encarcelación de varios líderes, acusados de estafa, falsificación, coacción, hurto, secuestro, intrusismo profesional, etc. En palabras de la diputada alemana Susanne Rahardt-Vahldieck, que presentó una ponencia sobre esta secta en el Congreso Internacional 'Grupos Totalitarios y Sectarismo', celebrado en Barcelona en abril de 1993, "la Iglesia de la Cienciología es una organización para obtener dinero y poder en todo el mundo. Su lema es: Hay que 'aclarar' el planeta, lo cual quiere decir que todo el mundo en este planeta debe convertirse en miembro de la Iglesia de la Cienciología, lo que significaría el fin de la democracia, de las elecciones y del control que el pueblo puede ejercer sobre sus líderes políticos. Esto implicaría una estructura basada en el 'ordeno y mando', en la obediencia a unas órdenes dadas por personas que escapan a cualquier control. Es un sistema totalitario con unas estructuras muy similares al fascismo o a los viejos regímenes comunistas, donde ninguno de los miembros de base de la sociedad podía hacer nada respecto a lo que se decidía desde arriba. Y no sólo quieren utilizar este sistema en el interior de su grupo, sino que quieren implantarlo en todo el mundo".

Precisamente, en Alemania es donde la secta ha tenido más problemas para implantarse, hasta el punto de que allí se estudia en estos momentos su ilegalización por ser considerada anticonstitucional y perseguir fines totalitarios. La valiente iniciativa ha partido del senador Udo Nagel, al considerar que Cienciología persigue "la absoluta represión del individuo". En Francia, a su vez, se acaba de iniciar un nuevo proceso contra la secta por "estafa como banda organizada" y es posible que, de ser condenada, el Tribunal Correccional de París ordene su inmediata disolución. Ya tuvo serios problemas con la justicia gala en 1996, cuando Patrice Vic, adepto de 31 años, endeudado con la secta por los cursos que le obligaban a realizar, optó por suicidarse tras recibir contínuas presiones del por entonces líder de la Cienciología en Lyon, Jean-Jacques Mazier, quien sería condenado a tres años de prisión por homicidio involuntario y estafa, al igual que otros 15 dirigentes. Tres años más tarde, en 1999, otros cinco miembros de Cienciología fueron condenados por estafa, al servirse mediante el ejercicio ilegal de la medicina de métodos fraudulentos y contraproducentes, cobrando además cifras abusivas a los adeptos franceses. Algunas de sus famosas "curas de purificación" podían alcanzar casi 4 millones de pesetas. Así que en vista de tales precedentes, es muy posible que en esta ocasión la organización sufra un fuerte varapalo judicial en Francia...

Mientras espera los resultados de los actuales procesos judiciales, la secta intenta persuadir a los medios de comunicación, presentándose como víctima de una presunta campaña sistemática de desprestigio. "Nuestra persecución es una caza de brujas tras la que está la industria farmacéutica y la psiquiatría", señala Iván Arjona, presidente de la Iglesia de la Cienciología en España. Seguro que habrá quien crea su versión conspiranoica -más bien cómica- del asunto. Pero lo cierto es que Cienciología no se anda con chiquitas... Los especialistas en sectas Pepe Rodríguez y Pilar Salarrullana, así como José María Vázquez Honrubia, juez que instruyó la causa judicial llevada a cabo en España a finales de los ochenta, fueron espiados por detectives contratados por la secta. Ante el temor a cualquier posible agresión, no le quedaron más remedio que recurrir a escolta policial...

Operación 'Rocio'

En nuestro país, se llevó a cabo una fructífera operación policial que acabó con la detención en Madrid de 71 cienciólogos, tras cuatro años de investigación. La redada -bautizada como Operación 'Rocío'- tuvo lugar el 20 de noviembre de 1988. En esos momentos, las cuentas bancarias de la organización contenían 700 millones de pesetas, apenas nada comparado con el dinero que ya había recaudado la secta durante su implantación en España y que enviaba a EE.UU. sin declarar a Hacienda. Entre los arrestados se encontraba Heber Jentzsch, líder mundial de la Iglesia de la Cienciología, ya que había asistido a una reunión celebrada en un hotel madrileño. Pasó cuatro meses de prisión preventiva, saliendo tras pagar una fianza de 75 millones de pesetas. El macrojuicio, aplazado varias veces, comenzó doce años después, el 6 de febrero de 2001. Se juzgaba finalmente a 17 dirigentes de la secta en la Audiencia Provincial de Madrid. Durante cuatro meses comparecerían 150 testigos. Jentzsch no se presentó, como se preveía, pero el juicio siguió adelante. El fiscal solicitaba para él 30 años de prisión. La justicia de EE.UU. decidió no tramitar la petición de la Audiencia madrileña impidiendo así que el líder mundial de Cienciología asistiera al juicio (allí está reconocida como religión, estando exonerada del pago de impuestos). También se juzgaba a Narconon, filial -o tapadera- de la Cienciología encargada de la rehabilitación de toxicómanos. Al parecer, sus procedimientos atentaban contra la salud pública, aparte de que los adeptos trabajaban para dicha organización a jornada completa sin recibir la menor compensación económica. Pero al final, los acusados salieron absueltos, tras un polémico juicio más mediático que otra cosa. Sin embargo, la absolución de los cienciólogos no supuso la menor sorpresa para Pepe Rodríguez, que como buen especialista en sectas había estudiado en profundidad los entresijos de dicha organización. En su recomendable web leemos: "Desde 1992 vengo escribiendo y repitiendo que Cienciología sería absuelta por una razón bien simple: las pruebas incriminatorias importantes se eliminaron del sumario en que se basó el juicio y la investigación del grupo se paralizó e impidió desde instancias judiciales. Aporté ya pruebas suficientes de lo que afirmo en la denuncia por presunta prevaricación contra el juez instructor del Juzgado Central número 2 de la Audiencia Nacional, que presenté ante la Fiscalía del Tribunal Superior de Justicia de Cataluña el día 17 de marzo de 1992, pero no se abrió ninguna investigación judicial al respecto y el escándalo quedó oculto. Lo más curioso es que la Prensa española, en su conjunto, que tanto alboroto organizó cuando la policía detuvo a los cienciólogos, calló mientras se desballestó el sumario contra Cienciología en la Audiencia y miró hacia otra parte, huyendo de puntillas con descaro, cuando se percató, una vez iniciado el juicio oral, que la cosa acabaría en un ridículo espantoso". ¿Más claro?... Y un dato a tener en cuenta: la secta decidió pagar elevadas cifras a los acusadores para que retirasen los cargos. Y aceptaron, dejando desprovista la causa judicial de testimonios vitales para probar los delitos cometidos. Cienciología supo salir airosa en esa ocasión. Sin embargo, parece que en Francia no correrá la misma suerte que aquí. Y es que no sólo se juzgan a varios inculpados, sino también a la propia organización, como "persona moral". Eso ya tiene otro color.

Seguiremos informando...

----------------

- Noticias publicadas en el diario 'Público', del 07-06-2009:



- Texto de la denuncia formulada por Pepe Rodríguez por presunta prevaricación en favor de la Iglesia de la Cienciología en España:


- Web de la Iglesia de la Cienciología en España:

jueves 28 de mayo de 2009

EL OBISPO CAÑIZARES JUSTIFICA LOS CASOS DE PEDERASTIA EN LA IGLESIA

No salgo de mi asombro cuando observo el grado de cinismo al que pueden llegar ciertos representantes de la infame Iglesia católica, concretamente de ese grupo reaccionario llamado Conferencia Episcopal. La desvergüenza a la que nos tienen acostumbrado últimamente los obispos españoles bien merece que, de alguna forma, ya se le ponga freno porque están pisoteando impunemente la dignidad humana, las libertades individuales y el sentido común. Y, sobre todo, parecen olvidar que estamos en un estado democrático y aconfesional, mal que les pese. No sé si las delirantes ideas teológicas provocan cortocircuitos neuronales o es que el alzacuello impide que la sangre riegue bien el cerebro, pero lo cierto es que las declaraciones del impresentable Antonio Cañizares, arzobispo de Toledo, que hace un rato he escuchado en los medios informativos, no tienen desperdicio. Son gravísimas. Utilizar el problema del aborto para tratar de restar importancia y justificar los abusos sexuales que un montón de curas salidos han cometido a unos 35.000 menores en Irlanda, me parece de una irresponsabilidad sin parangón. Es desviar el asunto hacia una cuestión que nada tiene que ver, ya que son problemas muy diferentes. Reconozco que, personalmente, no soy partidario del aborto, pero sí defiendo el derecho de una madre a decidir libremente la interrupción voluntaria de un embarazo no deseado, dentro de los márgenes establecidos por la ley. ¿Que tiene que ver, por tanto, el aborto con esos castigos físicos y abusos sexuales que se han infligido sistemáticamente a niños indefensos? ¿Cómo un obispo se puede permitir mezclar una cosa con otra para así restar gravedad a lo sucedido en Irlanda?... Porque sus palabras son bien claras: "No es comparable lo que haya podido pasar en unos cuantos colegios con los millones de vidas destruidas por el aborto". Es usted, señor Cañizares, quien compara ambas cuestiones. De camino, podría decir también que no son comparables las víctimas de la inquisición y de las cruzadas con la víctimas del aborto... O sea, un embrión de escasas semanas, que aún no es un ser humano y que ni siquiera tiene la menor actividad cerebral, le produce a estos traficantes de almas más compasión que un pobre niño -un ser humano que piensa y siente-, que está sufriendo terribles abusos sexuales. Semejante dislate clerical es resaltado acertadamente por Fernando de Orbaneja en su obra Lo que oculta la Iglesia (2002): "Según parece, se preocupan del ser durante los nueve meses de gestación, pero una vez nacido, le abandonan a su suerte o sirve como carne de cañón. Durante la II Guerra Mundial hubo campos de concentración y exterminio de niños, pero la Iglesia no levantó siquiera la voz para protestar airadamente". ¿Acaso no se han practicado abortos -y además ilegales- en conventos de monjas?... "El aborto está en desacuerdo con la ley de Dios", decía Juan Pablo II. Y hasta no hace mucho la Iglesia consideraba que es preferible la muerte de la madre en Gracia de Dios antes que abortar. Parece que esa implacable ley divina pasa de largo para los curas pederastas y los abortos practicados a monjas... Una vez más, la hipocresía católica, disfrazada de recta moral, trata de condenar aquello que no es delito y de encubrir aquello que sí lo es. Y creen estos insensibles curitas, faltos siempre de argumentos para afrontar los casos de pederastia que suceden un día sí y otro también en su perniciosa secta, que siguen fielmente a Cristo. Más bien deberían recordar sus palabras, sobre todo las que lanzó contra los fariseos: "¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas, que sois como sepulcros blanqueados, que por fuera aparecen hermosos, mas por dentro están llenos de huesos y de toda inmundicia!" (Mt. 23, 27)...

martes 26 de mayo de 2009

LA NOCIVA DROGA DE LA FE (Apuntes para un ensayo ateológico)

"Creer es más fácil que pensar.
He ahí la razón de que haya más creyentes”
(Anónimo)

Las cifras son bastante significativas: según una encuesta del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) realizada en mayo de 2008[1], el 75% de los españoles se declaran católicos, mientras que los no creyentes y ateos sumamos un 21,6%. De ese porcentaje de católicos (un gran número superan los 65 años), un 56,7% casi nunca asiste a misa y sólo el 1,8% lo hace varias veces a la semana. Es evidente, pues, que el número de creyentes ha disminuido considerablemente en las últimas décadas, lo mismo que su participación en actos religiosos. A su vez, aumenta el número de agnósticos y ateos. Incluso hay muchas personas que deciden darse de baja de la Iglesia, reclamando que se anulen sus datos de los registros bautismales. Son los llamado apóstatas. Desde 2006, la Agencia Española de Protección de Datos (AEPD) ha recibido más de un millar de peticiones por derecho de cancelación de datos en los libros de bautismo de la Iglesia, ya que dicha institución de poder se niega o pone serias trabas a la hora de tramitar el proceso (me consta por experiencia), a pesar de que los miles de interesados que hemos decidido apostatar voluntariamente estamos amparados por la Ley Orgánica 15/1999 de Protección de Datos de Carácter Personal[2].

La Iglesia reconoce que atraviesa uno de sus momentos más críticos -por su mermada credibilidad pública- y sabe que, aunque mucha gente sigue bautizando a sus hijos, lo hacen más bien por tradición, no por sincera devoción. Es obvio que muchos de esos bautizados, cuando llegan a su edad adulta -prácticamente con la misma escasa información religiosa adquirida durante la infancia-, optan por dejar de lado sus deberes como católicos. Y la Biblia termina expuesta en un mueble como mero adorno. ¿A qué se debe esta situación? ¿Por qué las convicciones religiosas, al menos en occidente, están en constante retroceso? ¿Qué provoca que el número de apóstatas se haya disparado en los últimos años?... Es evidente que el negocio montado por los mercaderes del Vaticano está en declive y por eso salen ahora al escenario asustando al personal con la existencia del infierno eterno[3] y con nuevos pecados capitales que se han sacado de la manga. Esos pastores de almas -traficantes, mejor dicho-, suponen que con tan “atrayente” oferta conseguirán aumentar la clientela. Siempre fueron muy listos, pero últimamente dejan mucho que desear. En este período crepuscular de la Iglesia, el rebaño lo componen unos cuántos fieles que comparten una imperdonable incultura científica y una incomprensible credulidad a prueba de argumentos racionalistas. Y así les va…

La fe siempre fue refugio de aquellos que quieren evitar por todos los medios enfrentarse a la cruda realidad: nuestra finitud. Es preferible imaginar ficticios mundos metafísicos a los que iremos tras la muerte. Con esa ilusoria esperanza, la vida en este valle de lágrimas se hace más llevadera. “La promesa del cielo, donde un Dios infinito cumplirá todos nuestros anhelos finitos, se convierte en un mecanismo que nos persuade para resignarnos a nuestras limitaciones y padecimientos sin buscarles remedio radical”[4], afirma el filósofo Fernando Savater. Pero las supuestas verdades reveladas -esas mismas que muchas veces potencian los más exacerbados fundamentalismos- no descansan sobre ninguna evidencia verificable. Al contrario, se basan en postulados imaginarios cuyo principal fin es reducir la angustia que nos produce la muerte. En el fondo, la fe sirve de consuelo y no se diferencia de otras supersticiones. El miedo, decía el filósofo Spinoza, hace que el hombre sea supersticioso. Lo mismo es portar un crucifico que un amuleto, seguir al papa o a un gurú “new age”. La fe religiosa y las creencias esotéricas cumplen la misma función: ofrecer protección. “Tanto la charlatanería espiritista o esotérica como la verborrea clerical están unidas por hilos invisibles de tácitas complicidades (…) Curas y gurúes se disputan las extensas clientelas de una humanidad que sigue dejándose esquilar como rebaño dócil”, apunta Gonzalo Puente Ojea[5].

Así es, la fe religiosa también pertenece al universo de lo irracional y proviene del pensamiento mágico, contrario a la lógica y a la evidencia. De entrada, la fe se opone al conocimiento. Es más: lo condena, como vemos en el Génesis bíblico. Que la fe sea compartida por millones de personas no convierte en verdaderos los postulados que defiende, como son la existencia del alma o la vida post-mortem. En otras épocas se tenía fe en Odin, Zeus, Osiris o Mitra. ¿Alguien sigue creyendo en tales dioses? Los eclipses, terremotos y tornados eran interpretados por nuestros perplejos antepasados como hechos de naturaleza sobrenatural. Igual que la epilepsia, la catalepsia y los sueños lúcidos. ¿Qué ha quedado de aquellas creencias que tan infantiles nos resultan hoy? ¿Serán consideradas infantiles en un futuro las creencias que hoy aceptamos con total naturalidad?... No olvidemos que los dioses se reinventan cada cierto tiempo, pero todos comparten aquello que aspiramos: inmortalidad, infinitud, perfección, sabiduría… Dios como proyección del hombre. “Los dioses son los deseos del hombre personificados, corporeizados, realizados”, aseguraba Ludwig Feuerbach[6]. Hoy, siguen ocurriendo hechos atribuidos a causas sobrenaturales, como las curaciones que acontecen en Lourdes, por citar un ejemplo. ¿Quedará algo de estas creencias cuando se establezcan con precisión los procesos naturales que desencadenan esas curaciones espontáneas?...

EFECTOS DAÑINOS DE LA FE

Desde Nietzsche muchos ateos han anunciado la muerte de Dios -aunque ya había sido proclamada mucho antes por Descartes-. Pero las ficciones no mueren. Se transforman y se hacen eternas. Puede reducirse el apego a las mismas -como sucede hoy por estos lares-, conforme el conocimiento científico avanza y la sociedad se seculariza, volviéndose algo más crítica y reflexiva, alejándose de la sumisión y obediencia que siempre han reclamado los líderes religiosos como aval para garantizar la salvación de las almas (más bien, el dominio sobre ellas). Las religiones han sido inventadas por el hombre, no por ningún agente sobrenatural. Si así fuera, las pruebas serían abrumadoras y los efectos no serían los que se han visto a lo largo de la historia. Las religiones, a causa de sus teocracias autoritarias, han proporcionado al final más dolor y muerte que consuelo y felicidad. La presunta moral católica -tan propagada por la reaccionaria Conferencia Episcopal Española- es la mayor hipocresía que jamás haya existido. La mujer ha sido, desde el misógino Pablo de Tarso, la gran víctima de esa “sagrada” moral, funesta herencia del sectario monoteísmo judío. ¿Y acaso los mayores abusos, las mayores perversiones, los mayores crímenes y las más crueles guerras no se cometieron en nombre de Dios?. “La existencia de Dios ha generado en su nombre muchas más batallas, masacres, conflictos y guerras en la historia que paz, serenidad, amor al prójimo, perdón de los pecados o tolerancia. Que yo sepa, los papas, los príncipes, reyes, califas y emires no se destacaron en su mayoría por ser virtuosos, puesto que ya Moisés, Pablo y Mahoma sobresalieron, cada un por su parte, en el asesinato, las palizas o las razzias, como demuestran sus biografías”, señala Michel Onfray, autor del interesante Tratado de Ateología[7].

Dios no estará muerto, pero sí desprestigiado, desmitificado y deconstruido, que es mucho peor. La idea de Dios es tan falsa que se derrumba con un mínimo razonamiento. Dios ya no tiene lugar donde alojarse, salvo allí donde se dan cita la superstición y la superchería. La teología surge de las cloacas de lo irracional, no lo olvidemos. Lo que sí ha muerto es imaginarnos a Dios. Se derrumbó por fin la imagen que construimos de él. Un ídolo falso y demostradamente ineficaz. El desenmascaramiento de Dios ha hecho que el hombre pierda también el temor reverencial que le profesaba, sintiéndose más libre en sus actos, sin tener que rendir cuentas a ninguna potencia celestial. Cuando comenzamos a dudar es cuando comenzamos a sentirnos libres. Estamos condicionados desde pequeño a muchas cosas sin poder tener elección. Entre ellas, la religión. Se nos bautiza recién nacidos ¡mucho antes de aprender a hablar! La Iglesia siempre ha querido pensar por nosotros, decidir por nosotros, resolver las dudas por nosotros. Ellos son los pastores y nosotros las ovejas. Obediencia y sumisión. Jamás se nos educó para pensar y actuar por nosotros mismos. Hemos de seguir la manada. Si te sales de ella y cuestionas las cosas que se te inculcaron, ya eres peligroso. Pero el racionalismo -recordemos que nació con Sócrates- venció a la religión. Lo peligroso era la teología medieval, no la razón. El conocimiento científico volvió a ocupar el lugar que una vez le fue arrancado y las falaces interpretaciones extraídas de la Biblia quedaron arrinconadas de por vida. “La ciencia puede enseñarnos a no buscar ayudas imaginarias, a no inventar aliados celestiales, sino más bien a hacer con nuestros esfuerzos que este mundo sea un lugar habitable, en lugar de ser lo que han hecho de él las iglesias en todos estos siglos”, afirmó el filósofo Bertrand Russell[8]. De paso, la libertad de conciencia salió victoriosa. Otra celebrada conquista. Desde entonces, la religión permanece en una constante -y ya inútil- lucha para recuperar su poderío y mantener a flote una trasnochada visión metafísica del mundo. “Ante la ausencia de Dios, el mundo recobra realidad. A veces, en el ateo que ha llegado a serlo muy conscientemente es como una súbita iluminación: el mundo recién estrena realidad; le parece ver algo que siempre había tenido delante, pero había desatendido; aprende a asombrarse; el mundo se le 'aparece' como por primera vez, como 'la' realidad; lo que 'hay' es el mundo y nada más; el mundo cobra categoría absoluta, es lo que importa, el supremo valor”[9], escribe Manuel Olasagasti.

Por eso considero que es preferible afrontar la realidad -por muy dura que sea- que vivir sumido en vanas e infantiles ilusiones. La religión proporciona una falsa felicidad. La misma felicidad que ofrece una sustancia psicotrópica. En el fondo, la fe es una droga que nos han inyectado desde pequeño. Es tremendamente adictiva y no es nada fácil escapar a su influjo. Por eso todavía hay tantos enganchados a la fe. Los traficantes de dicha droga se adueñan de la inteligencia y voluntad de los “fideinómanos” (permítaseme el neologismo). Es un precio muy alto el que hay que pagar. La fe nos prohíbe dudar y pedir pruebas respecto a las definiciones dogmáticas. Nos obliga a aceptar argumentos inverosímiles e indemostrables. Si queremos ser creyentes, hemos de dejar a un lado nuestro raciocinio, nuestro escepticismo y nuestra capacidad reflexiva. Fe es responder afirmativamente a todo aquello que nos transmiten quienes se erigen en depositarios de supuestas verdades reveladas[10]. Las religiones tienen respuestas para todo. ¿Para qué seguir buscando?... Confieso que más que el silencio de Dios -que tan bien plasmó en sus películas el genial Ingmar Bergman-, me preocupa el griterío de las religiones. ¿Acaso tantas cosas tienen que decirnos sobre Dios? ¿De dónde reciben esa información? Que sepamos Dios no tiene hilo directo con los obispos, ni con los rabinos, ni con los imanes… Creo que se dicen demasiadas cosas sobre Dios que sólo sirven para ocultar una cosa: nuestra ignorancia. Todo lo que se diga sobre Dios no son más que meras fabulaciones inventadas para satisfacer las necesidades humanas. Pero el creyente no cuestiona nada, e ignora que teología y mitología van de la mano.

Dios, por tanto, no es más que un recurso imaginario. Se inventó para dar sentido a la existencia y vencer nuestros miedos. El hombre negoció con Dios para salvar su alma. Pero finalmente, nos dejamos embaucar y Dios terminó pisoteándonos (a través de sus representantes, claro). “Nacido en el interior del hombre, este Dios se pone frente a él como un dominador. El hombre viene a ser entonces esclavo de su producto. ¡Dios se ha llevado nuestra dignidad!”, sostiene el psicólogo B. H. Dechesne. Por fortuna, el ateísmo nos devuelve la libertad, acabando con la enfermiza dependencia que produce creer en lo sobrenatural, y que tanto daño neuronal ha causado durante milenios. Dios fue un invento fallido. ¿Asumiremos algún día nuestro error y recuperaremos la dignidad perdida? ¿o seguiremos manteniendo la venda en los ojos?...

La fe siempre obstaculizó el avance científico, luchó contra aquellos razonamientos no avalados por la Biblia y persiguió a quienes pretendían abrir los ojos del vulgo. La fe siempre necesitó de la ignorancia para subsistir. Y utilizó instrumentos como la Inquisición para ejercer su tiranía. De ahí su éxito durante muchísimo tiempo, hasta que en el siglo XVIII llega la Ilustración[11], trayendo consigo un gran movimiento intelectual por toda Europa. Se vislumbran horizontes luminosos. El hombre recupera el lugar que Dios le había usurpado. La fe cede terreno a la razón. Un terreno robado impunemente a la ciencia, porque la religión -¡qué habilidad ha tenido siempre para meterse en terrenos que no son de su competencia, como la ciencia, la sexualidad o la educación!- se ha atrevido a explicar el origen del universo y de la vida a su manera, pese a que sus argumentos no estén fundamentados en pruebas contrastables. El obsoleto creacionismo -camuflado hoy en esa falacia denominada 'diseño inteligente'[12]-, ha sido derrotado por el evolucionismo, con su más que demostrada selección natural. Y los modelos cosmológicos han dejado en ridículo los ingenuos argumentos teológicos que sugerían seis mil años de antigüedad al universo[13]. Es evidente que la cultura siempre se vio empobrecida por culpa de la fe, lo que motivó siglos de nulo progreso intelectual. Con la Biblia bastaba. Grandes obras filosóficas y científicas figuraron en el Índice de libros prohibidos[14], y muchos de sus autores fueron torturados y quemados. Ese es el amor al prójimo que tanto predicaron los hombres de fe…

Dicho esto, cabe preguntarse: ¿Acaso las religiones han hecho de este mundo un lugar más habitable?... Es una pregunta que los creyentes pocas veces se hacen. Por ningún lado vemos que hayan contribuido al bienestar social, a la unión fraternal de los pueblos o al reparto de la riqueza. Más bien al contrario: han acarreado desgracias y han dividido a los hombres. Sin la existencia de las religiones, es muy probable que el hombre hubiese vivido más pacíficamente y se habría evitado tanto derramamiento de sangre a lo largo de la historia. “La religión fanatizada se convierte en un peligro para la paz mundial”, sostiene el prestigioso teólogo Hans Küng[15].

¿Es posible vivir una vida ética sin religión? Por supuesto. La moral tiene una base biológica, no religiosa[16]. No me fiaría de alguien que sostuviera lo contrario. Los inquisidores actuaron bajo una moral inspirada en la Biblia. Los terroristas islámicos actúan bajo una moral inspirada en el Corán. Asimismo, hay creyentes de “recta moral” que se regocijan cuando surgen guerras y catástrofes. “Todo esto ya estaba anunciado”, dicen, sin sentir lástima por el sufrimiento ajeno. Echan mano de profecías bíblicas para demostrarnos que Dios está ahí, vigilándonos y castigándonos cuando nos lo merecemos. Los infieles han de ir al infierno. “Es designio de la voluntad divina”, sentencian. Así de cruel es la moral religiosa, que considera que tenemos un destino predeterminado por Dios. Un Dios terriblemente vengativo... Por eso, cuando me topo con un creyente que dice basar su moral en la Biblia, o dudo de su moral o dudo que haya leído el sagrado tocho. Estoy de acuerdo con el biólogo Richard Dawkins[17] cuando dice que “la Biblia no es el tipo de libro que uno daría a sus hijos para formar su moral”. Desde las primeras páginas del Antiguo Testamento hasta las últimas del Nuevo Testamento nos encontramos con guerras, genocidios, parricidios, fraticidios, torturas, violaciones, adulterios, xenofobias, traiciones… ¡Actos que muchas veces contaban con la aquiescencia de Yahvé! Lean, sino, el libro Los pésimos ejemplos de Dios[18], de Pepe Rodríguez. “En la Biblia -señala- podemos encontrar, al menos, 4.339 versículos que, asumiendo la forma de leyes divinas y/o de sucesos promovidos y/o protagonizados por el mismísimo Dios, resultan totalmente rechazables por su contenido, sentido y ejemplo de conducta dejado a la posteridad”.

Está comprobado que una sociedad culta es una sociedad menos crédula. Cuando se maneja información científica, las explicaciones sobrenaturalistas sobran. Por tanto, las creencias religiosas están ligadas a la ignorancia. “El que sabe, no puede creer. El que cree, no puede saber. El término 'fe ciega' es una redundancia, pues la fe es siempre ciega”, sostiene el antropólogo alemán Ernest Bornemann. Por eso estoy de acuerdo con Freud en que la religión tiene un trasfondo de neurosis obsesiva. En su ensayo El porvenir de una ilusión (1927) explica que “la religión sería la neurosis obsesiva de la colectividad humana, y lo mismo que la del niño, provendría del complejo de Edipo, de la relación con el padre. Conforme a esta teoría hemos de suponer que el abandono de la religión se cumplirá con toda la inexorable fatalidad de un proceso del crecimiento y que en la actualidad nos encontramos ya dentro de esta fase de la evolución”. Con razón, Onfray afirma que “el ateísmo es salud mental recuperada”

ATEO GRACIAS A DIOS

Como buen ateo, me he interesado por la religión. Puede parecer paradójico, pero no lo es. De hecho, creo que como mejor se llega al ateísmo es a través de la religión. Bien, porque se ha tenido una profunda fe en Dios y luego, ante su eterno silencio, se llega a la decepción más absoluta y se acaba negando su existencia (no es mi caso); o bien, porque se ha estudiado en profundidad el fenómeno religioso, analizando su origen desde bases psicológicas, filosóficas y antropológicas, y no queda cabida para la fe y sí en cambio para la increencia (es mi caso). Quien se acerca a la religión desde un punto de vista intelectual, estudiando por ejemplo el origen del cristianismo (repleto de falacias), la fenomenología mística (más cercana a lo psiquiátrico que a lo espiritual), la historia de la Iglesia (una historia criminal, como puntualiza el historiador Karlheinz Deschner[19]) y el pensamiento teológico (mitológico más bien), es normal que la fe o el convencimiento que pueda depositarse en un Ser Supremo que hemos bautizado con el nombre de “Dios” se pierda por el camino. A muchos les cuesta reconocer que la fe no es un don divino, sino una herencia cultural. A mí en cambio no. Sin embargo, al ateísmo no es fácil llegar. Yo he permanecido muchísimos años en el agnosticismo, en una constante duda sobre la existencia de un Creador, sin dar ese crucial paso al ateísmo, porque me faltaba profundizar más en la cuestión. Necesitaba aislarme para revisar a fondo mis ideas y creencias adquiridas e ir a las raices del problema. El ateísmo, qué duda cabe, es fruto de profundas reflexiones filosóficas. Examinando los fundamentos teológicos, la fenomenología religiosa, el surgimiento del animismo en los pueblos primitivos[20], el lento proceso del ritual al mito, los sistemas politeístas y monoteístas, etc., es como puede llegarse al ateísmo con plena solidez. “Sensibilidad, inteligencia e información -que sólo suministra un cierto nivel de cultura-, más una voluntad de discernimiento veritativo por encima de los prejuicios y preconceptos heredados, son el motor capaz de liberarnos de la atadura de la fe”, subraya Puente Ojea, que considera el ateísmo como el más noble esfuerzo de la razón. Sin duda, requiere, además de un gran ejercicio intelectual, mucha más interiorización que la fe, que tanto se vulgarizó desde que se inventaron los templos para compartir las creencias con otros. Y es que la fe se alimenta del contacto entre creyentes, y cuántos más mejor (“si otros creen las mismas cosas absurdas que yo, seguro que no estaré equivocado ¡ni estaré loco!”, dirán). Ya aclara el escritor Robert M. Pirsig que “cuando una persona sufre espejismos, eso se denomina locura. Cuando muchas personas sufren espejismos, se denomina religión”.

La fe necesita demasiada teatralidad (ya vemos el paroxismo de los feligreses cuando el sumo pontífice efectúa sus apariciones públicas). El ateísmo, en cambio, se alimenta del enriquecimiento intelectual, el estudio y la reflexión personal. El ateo, en el fondo, se toma mucho más en serio la religión que la persona que se declara religiosa. Y es que el creyente hace contínuos alardes exhibicionistas de su fe, pero no profundiza en las cuestiones vitales. El ateísmo, a diferencia de la fe, no necesita de ostentosas escenificaciones públicas, ni de templos para congregarse, ni de bautismos, ni de comuniones, ni de confesiones… El ateísmo está libre de salvadores, iluminados y santos padres. El ateo busca respuestas a sus inquietudes intelectuales, se preocupa por las cuestiones filosóficas, por el saber científico, por el ser humano, por la naturaleza, por el aquí y ahora... “Estemos agradecidos por tener una vida, y abandonemos nuestro vano y presuntuoso deseo de una segunda (…) Somos tremendamente privilegiados por haber nacido y porque se nos hayan concedido unas cuántas décadas -antes de morir para siempre- durante las que podamos comprender, apreciar y disfrutar del universo (…) El mundo sería un lugar mejor si todos tuviéramos esta actitud positiva ante la vida”, proclama Richard Dawkins. El ateo no vive esperanzado en imaginarios mundos post-mortem ni aterrado por severos juicios divinos. Huye de dogmatismos, cuestiona las creencias que le han inculcado de pequeño y sonríe ante esa pose arrogante que caracteriza a muchos creyentes, que se sienten tocados por la gracia de Dios (eso que Puente Ojea llama falacia conativa: “Dios existe porque lo deseo, y lo deseo porque lo necesito. Luego, tiene que existir”). El creyente proclama la paz, pero nunca está en paz consigo mismo ni con los demás. El temor a pecar, a ser tentado por Satanás y a no cumplir fielmente los preceptos religiosos, le lleva a vivir en un permanente sentimiento de culpa (dicen algunos especialistas que la religión aumenta el estrés en vez de disminuirlo). La religión humilla al hombre, al que considera un miserable pecador, y le recuerda que a través del sufrimiento purificará su alma. El creyente, reprimido por una castrante moral religiosa, termina por despreciarse a sí mismo. Y con esa desazón vivirá siempre. Vemos, pues, lo brutal que puede resultar la persuasión coercitiva ejercida por las religiones hacia sus adeptos ¡y sin que éstos apenas se den cuenta!...

Por consiguiente, la fe nos aleja de la realidad y nos sumerge en las tinieblas de la sinrazón. Ha sido una de las mayores lacras de la humanidad. Sus terribles secuelas permanecerán mientras el hombre siga existiendo sobre la faz de la Tierra. A pesar de que los españoles vivimos, afortunadamente, en una sociedad pluralista y laica, la sombra del catolicismo sigue estando ahí, acechante, aprovechando cualquier mínima ocasión para decirnos qué es bueno y qué es malo, qué decisión es la correcta para llevar una vida cristiana ejemplar y advertirnos que Dios es dueño de nuestros destinos, castigándonos si no seguimos fielmente los preceptos de la dogmática Iglesia católica. Estamos viendo cómo sus mandatarios no soportan las libertades que hemos conseguido con sudor después de cuarenta años de férreo nacional-catolicismo[21]. No soportan que pensemos por nuestra cuenta y riesgo. No soportan que dejemos de asistir a sus templos para escuchar sus aburridos sermones e hincarnos de rodilla ante la imagen de un Cristo crucificado y agonizante -nótese la fijación patológica del cristianismo por la sangre y la muerte-. No soportan que muchos caminemos sin que ellos nos tengan que marcar el rumbo. No soportan que en cuestiones de ética sexual nadie les haga caso. Y no soportan que hayamos perdido el temor a Dios o que nos atrevamos a negar su existencia. Un Dios, dicho sea de paso, vengativo y justiciero, inventado para mantener a la grey amedrentada y dominada bajo un régimen totalitario (recordemos que el Vaticano -el único estado no democrático de Europa- ha respaldado a dictadores, no ha firmado la Declaración Universal de los Derechos Humanos y sigue aceptando, como podemos leer en el Catecismo, la pena de muerte para casos concretos). Ya sostenía Nietzsche en El Anticristo que “en buena medida, ser cristiano equivale a ser cruel respecto a uno mismo y a los demás, odiar a quienes piensan de forma diferente, y un afán de perseguir (…) Ser cristiano implica odiar la inteligencia, el orgullo, la valentía, la libertad, el libertinaje del espíritu; odiar los sentidos, el gozo sensual, el placer en cuanto tal”… Por tal motivo, Ratzinger -ese canalla inquisidor que tanto ansiaba ser pontífice hasta que lo consiguió- dice que “la Iglesia no entiende de diálogo ni de tolerancia, sino de convicciones” o que “fuera de la Iglesia no hay salvación”, llamando a sus obispos a la lucha ideológica contra el pluralismo moral[22]. Hoy ya no se acuerda del Concilio Vaticano II, que lo vivió tan de cerca, pero sí del Concilio de Trento, a pesar de que le pilla muy lejano en el tiempo. El filósofo Spinoza lo dijo claramente en su Tratado teológico-político[23]: “La religión no se reduce a la caridad, sino a difundir discordias entre los hombres y a propagar el odio más funesto, que disimulan con el falso nombre de celo divino y de fervor ardiente”.

El creyente afirma a Dios y niega el mundo. El ateo invierte los términos y se libera de las ataduras religiosas. Abandona su esclavitud mental (la fe) y recobra la libertad, optando por vivir en un mundo tolerante, progresista y pluralista, donde el fanatismo religioso no puede tener cabida porque impone, prohibe, amenaza y condena. El ateo descubre que puede caminar por sí mismo, observando que el mundo resulta tremendamente interesante en su simplicidad, sin un Dios que lo gobierne. “Desde que soy ateo, tengo la sensación de que vivo mejor: más lúcidamente, más libremente, más intensamente”, declara el filósofo André Comte-Sponville[24]. El mundo nunca es observado en todo su esplendor por el hombre religioso, que vive esperanzado en un paradisíaco mundo trascendente. Piensa en una supuesta vida tras la muerte, por su férreo deseo de inmortalidad, y olvida que tiene una vida antes de la muerte que podría aprovecharla intensamente. Las pretendidas pruebas que a lo largo de la historia ciertos teólogos han presentado sobre la existencia de Dios (¡argumentos racionales!, dicen) solo demuestran la necesidad que el hombre tiene de que exista, no su existencia. De hecho, los creyentes ni siquiera sostienen su fe en Dios sobre tales argumentos. Creen porque así se lo enseñaron de pequeño y han mantenido dicha creencia a lo largo de su vida, acomodados a una fe heredada y sin realizar ninguna reflexión intelectual sobre la misma.

DECONSTRUIR CREENCIAS

Dios, por tanto, no puede demostrarse empíricamente, pese a los esfuerzos que algunos teístas se toman. Desde Hume[25], pero sobre todo desde Nietzsche y Feuerbach, tal discusión filosófica está más que superada. Ellos sentaron las bases del ateísmo moderno. La fe, desde un enfoque crítico, no deja de ser un mecanismo psicológico para sentirnos seguros en un mundo inseguro, para creernos inmortales en un cuerpo mortal, para consolarnos ante tanto sufrimiento que nos rodea. ¿Por qué hay personas que actúan con un criterio razonable en ciertas cuestiones de la vida y en materia religiosa actúan tan irracionalmente sin pararse a examinar las bases en las que apoyan su fe? ¿Será porque las creencias religiosas les sirven para afrontar sus angustias y miedos más profundos?... Existen, sin duda, fuertes motivaciones emocionales detrás de la fe religiosa, además de la necesidad de dar un sentido trascendente a la existencia. Las personas creyentes suelen ser muy vulnerables emocionalmente. Y se dejan seducir con facilidad por el ilusorio mundo de la religión. Prefieren una maravillosa explicación sobrenatural a una prosaica explicación científica. La primera le reconforta, aunque sea falaz. “Fe equivale a no querer saber la verdad”, afirmaba Nietzsche. Si el creyente se cura de una grave enfermedad o se salva de un terrible accidente, lo atribuirá a una intervención sobrenatural. Utilizar el comodín de Dios siempre resultará más reconfortante. Lo vimos en el accidente aéreo de Barajas. Una de las escasas supervivientes dijo que Dios la había salvado de morir. Y yo me pregunto: Si Dios tuvo el poder de intervenir ¿porqué no salvó a todos? ¿acaso seleccionó a unos y a otros no? ¿Por qué los milagros siempre benefician a unos pocos? Estamos hablando de una tragedia en la que, por desgracia, murieron muchos niños. Esa mujer que salvó su vida, antes de pronunciar esas desafortunadas palabras, debería haber pensado en las 154 víctimas que también iban en el avión y no fueron salvadas por ese Dios misericordioso al que ella se encomienda. ¡Con qué facilidad y conveniencia el creyente pronuncia la palabra “milagro”! Ya argumentaba Hume que “ningún testimonio es suficiente para establecer un milagro, a menos que el testimonio sea de una clase tal que su falsedad sea más milagrosa que el hecho que se está tratando de comprobar”

De sobra sabemos que el conocimiento científico se basa en evidencias. La fe no las necesita. Esa es la gran diferencia. Pero lo cierto es que el conocimiento científico sí ha contribuido al progreso de la humanidad, mientras que la fe no. Cuando una sociedad está bajo el dominio absoluto de la religión, no avanza nada. Se vuelve pasiva. No tiene que descubrir nada porque ya todo está dicho a través de la revelación sobrenatural. La verdad ya fue revelada a los profetas. Dios transmitió sus leyes y hemos de acatarlas. Si no seguimos los preceptos divinos, nos condenamos. Ese pensamiento irracional lo estamos viendo hoy día en las sociedades islámicas. La cultura laica y científica no encuentra cabida en una sociedad donde impera la intolerancia religiosa. Desgraciadamente, la razón aún tiene muchos enemigos, como se encarga de demostrarnos Richard Dawkins. Para este científico, que ha sufrido serias amenazas de algunos fundamentalistas cristianos, “ser ateo es una aspiración realista y, además, valiente y espléndida (…) Ser ateo no es, en absoluto, algo de lo que avergonzarse. Muy al contrario, para alguien ateo es algo de lo que estar orgulloso y llevar la cabeza muy alta el hecho de que, casi siempre, indica una sana independencia mental e, incluso, una mente sana”. Estoy totalmente de acuerdo. ¿Por qué el ateo debería avergonzarse por admitir racionalmente que no existe más realidad que la que vemos y que el más allá que nos prometen las religiones es pura falacia? ¿No debería ser al revés? Debería avergonzar la credulidad, el fanatismo, la superstición y la esperanza salvífica. El creyente no tiene que reprochar nada al ateo, sino al Dios en el que cree, por haber hecho un mundo tan imperfecto e idear algo tan horrible como la condena al infierno eterno para el pecador. ¿Dónde está su misericordia divina? ¿Ese es el sentido que tiene la existencia: obedecer y seguir un camino que alguien determinó para salvar nuestra alma?... Si el creyente se parase a reflexionar un poco sobre sus creencias, se sonrojaría.

En ese sentido, me llamó la atención que la jerarquía eclesiástica se escandalizara con las mentiras vertidas en El Código Da Vinci y no reaccionara de la misma manera respecto a las abundantes mentiras recogidas en los Evangelios. El contenido de éstos es mucho más ficticio que la obra de Dan Brown, que ya es decir. Si queremos ser objetivos, escandalicémonos por todas las exageraciones que desde hace dos mil años se vienen contando sobre los milagros y la resurrección de Jesús, cuya existencia histórica yo la pongo en duda. Claro que no hemos de dar por cierto lo que nos cuenta El Código Da Vinci, pero tampoco lo que nos cuenta la Biblia, repleta de errores, falsedades e interpolaciones. Al menos, el primero se vende como novela, pero el segundo como palabra de Dios. ¿Qué libro es más deshonesto entonces?...

AUSENCIA DE EVIDENCIAS

La ciencia busca verdades básicas para construir una imagen veraz del mundo. No defiende verdades absolutas como hace la religión. La ciencia se fundamenta en evidencias para establecer modelos teóricos plausibles. La religión se basa en la fe para aceptar supuestas “realidades” metafísicas y fenómenos presuntamente sobrenaturales. Por tanto, no estamos negando porque sí la existencia de un “más allá”, sino admitiendo que las evidencias presentadas hasta el momento carecen de toda validez[26]. No existen pruebas de que la vida continúe después de la muerte, aún así mucha gente seguirá aferrándose a esa idea porque es consoladora. Esas personas no admiten que un día desapareceremos para siempre. Prefieren creer algo tan fantástico como que venimos al mundo provistos de un alma incorruptible que vivirá eternamente (una idea residual del animismo primitivo). Russell sentenció: “Creo que cuando me muera me pudriré, y nada de mi yo sobrevivirá”. Suscribo plenamente sus palabras.

Ahora bien, hay personas que afirman ver a Dios, a Jesús, a la Virgen, que mantienen contacto con espíritus, que han viajado astralmente a planos invisibles… Para ellos, sus experiencias personales son pruebas irrefutables de la existencia de un mundo espiritual. Y como tales las presentan. He tenido la oportunidad de conocer y entrevistar a muchos de estos individuos. Y percibo que están totalmente convencidos de lo que cuentan y no mienten deliberadamente. Pero deben comprender que muchos de nosotros no compartamos sus explicaciones trascendentalistas. Sus experiencias hay que abordarlas desde la psicología o, más bien, desde la neurología[27]. Por tanto, en la compleja mente humana se halla la respuesta a todas esas percepciones subjetivas, no en presuntos “reinos celestiales”. Si atribuimos a causas sobrenaturales fenómenos que todavía no comprendemos, estamos actuando igual que los primitivos cuando atribuían a causas sobrenaturales fenómenos que no comprendían, y que hoy caen plenamente en el terreno científico. La aparición del arco iris en el cielo era un signo sobrenatural para aquellas culturas ancestrales. Hoy nos reímos de esa explicación. Pensemos que mañana serán otros los que se rían de muchas de las creencias que compartimos hoy.

Así pues, conforme avanza el saber científico, las fabulaciones religiosas pierden terreno. El conocimiento que en los últimos decenios se ha adquirido sobre el universo y el cerebro humano -a través de la cosmología y la neurociencia respectivamente-, conduce de forma inevitable al descrédito de los postulados religiosos que defienden la existencia del alma humana y de un mundo espiritual más allá del plano físico. Ahí están todavía los creacionistas sin saber donde colocar a Dios. Continuamente lo cambian de sitio. “Los creacionistas adoran los ‘huecos’ en el registro fósil”, afirma Dawkins. En su ignorancia, usan el comodín de Dios para intentar explicar aquello que no entienden o que por el momento no se comprende. Por eso, muchos de esos creacionistas, con la soberbia que les caracteriza, califican el darwinismo de teoría diabólica. Es la única salida que les queda, en vista de sus fracasados argumentos. Asimismo, produce risa -o no sé si estupor- escuchar a Benedicto XVI decir que la teoría de la evolución es irracional[28]. ¿Acaso es más racional creer en un Dios del que no existe la menor evidencia? ¿Será que a la Iglesia la palabra “evolución” le queda muy lejos? ¡El cinismo del jefe supremo de la multinacional vaticana sí que es infinito!...

En definitiva, la creencia en Dios está perdiendo fuerza en la sociedad actual. No cumple con las expectativas del hombre moderno, enfrentado a tantos problemas que debe solucionar por sí mismo y además apresuradamente. No hay tiempo para casi nada. Y menos para pensar en un Dios que se niega a echarnos una mano. ¿De qué sirve reclamar ayudas celestiales que ni siquieran llegan para aquellos pueblos que viven por y para sus dioses? ¿Qué respuesta divina reciben los paises de Oriente Medio -donde se concentran los tres grandes monoteísmos- que tanto invocan el nombre de Dios? ¿Acaso les van bien las cosas por ser más religiosos que el resto del mundo?... El ateísmo es el resultado lógico de ese permanente silencio de Dios cuando más se le necesita, y que lleva a pensar en su inexistencia. Es más, resulta totalmente incompatible la existencia de un Dios todopoderoso y misericordioso con la presencia del mal en el mundo, por mucho que los sesudos teólogos intenten argumentarlo mediante hábiles malabarismos conceptuales. ¿Por qué Dios se ausenta de los problemas que sufre el hombre? ¿Por qué permite tanto dolor y sufrimiento?... Ante eso, la fe del hombre de hoy se debilita. Y Dios no hace nada por evitarlo, ¡porque jamás se ha preocupado de los hombres! ¿Por qué entonces hay que creer que existe y encima alabarle?... La falta de evidencias nos empuja ineludiblemente al ateísmo. “Si vivimos en un mundo sin dioses, es a la cristiandad a quien debemos agradecérselo”, sentencia el politólogo inglés John Gray. No existen, pues, razones para fundamentar una mínima fe. Si Dios existiese y actuara así, ajeno a los avatares que por aquí ocurren, es hora de cuestionar su infinita bondad y tantos superpoderes que se le atribuyen. “Resulta asombroso que la gente pueda creer que este mundo, con todas las cosas que hay en él, con todos sus defectos, sea lo mejor que la omnipotencia y la omnisciencia han logrado producir en millones de años. Yo realmente no puedo creerlo”, aseguraba Russell.

Dicho en pocas palabras, y ya para concluir, creo que la razón debe guiar la vida del hombre, no la fe. La razón nos hace seres autónomos y pensantes. Facilita la convivencia entre los seres humanos y nos devuelve la libertad que la fe nos privó. No se pierden los valores por dejar la fe a un lado. Al contrario, se adquieren valores más puros, entre ellos la tolerancia, y se actúa de forma más comprometida con el mundo, sin pensar en absurdas recompensas celestiales[29]. La fe ha sido la que nos ha atrofiado y deshumanizado, no la razón. La fe añadió más dolor a nuestra ya sufriente existencia. Jamás iluminó al ser humano, desde el momento en que apagó su inteligencia. Tomar las riendas de nuestro propio destino, avanzar sin apoyarnos en ficticias muletas religiosas, pensar libremente, cultivar el intelecto y mantener una actitud crítica y escéptica, es lo único que nos convierte en evolucionados seres humanos. En cambio, optar por la fe, es conformarnos en vivir como meras marionetas, perder nuestra libertad de conciencia y dejarnos manipular por unos fanáticos y megalomaníacos señores supuestamente convencidos de haber sido designados por Dios para guiar el rebaño humano.

Usted tiene la decisión de elegir. ¿Está dispuesto a ello?...

---------------

[1] Estudio CIS nº 2763. Barómetro de mayo. 2.472 entrevistas realizadas del 22 al 31 de mayo de 2008.
[2] Art. 18, 2: “El interesado al que se deniegue, total o parcialmente, el ejercicio de los derechos de oposición, acceso, rectificación o cancelación, podrá ponerlo en conocimiento de la Agencia de Protección de Datos o, en su caso, del organismo competente de cada Comunidad Autónoma, que deberá asegurarse de la procedencia o improcedencia de la denegación”.
[3] Aunque Juan Pablo II dijo que el infierno no es un lugar físico, sino un estado de conciencia, su sucesor Benedicto XVI afirma que sí es un lugar físico y no está vacío. ¿A quién han de creer los fieles católicos?...
[4] La vida eterna (Edit. Ariel, 2007), pág. 87.
[5] Gonzalo Puente Ojea (Cuba, 1925) es un destacado pensador ateo. Miembro de la Carrera Diplomática y embajador de España en la Santa Sede entre 1985 y 1987. Sus textos racionalistas son fundamentales para profundizar en las falacias de la fe y en la evolución social e histórica de las creencias religiosas, preferentemente el cristianismo. Entre sus obras destacan Elogio del ateísmo. Los espejos de una ilusión (1995), El mito del alma (2000), El mito de Cristo (2000), Ateísmo y religiosidad. Reflexiones sobre un debate (2001) y Animismo (2004).
[6] El filósofo alemán Ludwig Feuerbach (1804-1872) fue uno de los principales teóricos del ateísmo moderno (su influencia en Marx es notable). Autor de La esencia del cristianismo (1841) y La esencia de la religión (1845).
[7] Editado en España por Anagrama (2006).
[8] El eminente filósofo y escritor británico Bertrand Russell (1872-1970), uno de los pensadores más influyentes del siglo XX y galardonado con el premio Nobel de Literatura en 1950, tuvo una postura tremendamente crítica hacia el cristianismo, argumentando que las religiones -todas falsas en su opinión- se fundamentan principalmente en el miedo y no se diferencian en absoluto de las supersticiones. Su contribución al racionalismo fue enorme. Recomiendo leer Por qué no soy cristiano y otros ensayos (Edhasa, 2006), un formidable compendio de sus trabajos sobre la religión.
[9] Estado de la cuestión de Dios (Espasa-Calpe, 1976), pág. 24.
[10] Recordemos que desde 1870 es dogma la infalibilidad pontificia. La ocurrencia fue del arrogante Pío IX, quien a través del controvertido documento Syllabus, condenó enérgicamente la libertad de pensamiento, el progreso y el liberalismo (hoy vuelve a hacerlo Benedicto XVI).
[11] En palabras del filósofo alemán Immanuel Kant (1724-1804), autor de la célebre Crítica de la razón pura, “la ilustración es la salida del hombre de su minoría de edad. Él mismo es culpable de ella. La minoría de edad estriba en la incapacidad de servirse del propio entendimiento, sin la dirección de otro. Uno mismo es culpable de esta minoría de edad cuando la causa de ella no yace en un defecto de entendimiento, sino en la falta de decisión y ánimo para servirse con independencia de él, sin la conducción de otro. ¡Sapere aude! ¡Ten valor de servirte de tu propio entendimiento! He aquí la divisa de la ilustración” (extracto de Respuesta a la pregunta: ¿Qué es la Ilustración?, texto publicado en 1784, en la revista alemana Berlinische Monatsschrift).
[12] A pesar de sus intentos por conseguir respetabilidad científica, los partidarios de la teoría del diseño inteligente, surgida hace dos décadas en los Estados Unidos, han sido incapaces de aportar pruebas irrefutables a sus argumentos, que siempre han estado basados en el modelo teísta-creacionista y, por tanto, alejados de un enfoque rigurosamente científico como el que sí persiguen sus rivales, los defensores del modelo evolucionista. Por consiguiente, la moderna versión creacionista queda completamente invalidada a nivel científico.
[13] El teólogo James Ussher (1581-1656) se atrevió a poner fecha exacta: 23 de octubre del año 4004 a.C.
[14] El Index Librorum Prohibitorum et Expurgatorum (Índice de Libros Prohibidos), es una lista confeccionada en 1559 por la Iglesia Católica -a través de su órgano inquisitorial- donde se hacía constar aquellos libros contrarios o perniciosos para la fe. Ilustres filósofos y científicos como Descartes, Copérnico, Kepler, Pascal, Voltaire, Spinoza, Kant, Hume, etc. vieron sus obras anotadas en dicho Índice, que estuvo vigente hasta 1966 (fue eliminado por decisión de Pablo VI, tras el Concilio Vaticano II).

[15] El teólogo suizo Hans Küng (1928), ordenado sacerdote en 1954, fue sancionado por el Vaticano a causa de su postura crítica frente al dogmatismo papal. Siempre mantuvo una actitud enfrentada hacia Juan Pablo II a quien calificaba de autoritario, siendo retirado de sus funciones docentes. Este brillante intelectual es doctor en Filosofía y catedrático emérito de Teología en la Universidad de Tubinga. Es presidente de la “Fundación Ética Mundial” y autor de obras tan imprescindibles como Ser cristiano (1974), La Iglesia Católica (2002) o ¿Existe Dios? (2005).
[16] Existen mecanismos genéticos que nos impulsan a ser altruístas con nuestros semejantes, cualidad que resulta muy ventajosa en el proceso evolutivo de cualquier especie, no sólo la humana.
[17] El británico Richard Dawkins (1941), destacado biólogo evolucionista y uno de los principales aladides del movimiento ateísta, es autor de una extraordinaria obra titulada El Espejismo de Dios (Espasa Calpe, 2007), en la que aborda magistralmente la lucha del pensamiento escéptico frente a la irracionalidad y los peligros de la fe.
[18] Publicado en 2008 por la editorial Temas de Hoy.
[19] El alemán Karlheinz Deschner (1924) es licenciado en Historia, Psicología y Teología. Doctor en Filología alemana, Filosofía e Historia. Su gran erudición en materia teológica y sus amplios conocimientos sobre los trasfondos históricos del cristianismo, le llevaron a acometer una monumental obra: Historia Criminal del Cristianismo, iniciada en 1970 y con nueve tomos publicados hasta el momento (están previstos doce en total). Probablemente, es el mayor enemigo intelectual que ha tenido Roma en el siglo XX. No en vano, fue considerado por el historiador Wolfgang Stegmüller como “el crítico de la iglesia más importante de nuestro siglo”. Además de su herética enciclopedia, es de destacar obras como Historia sexual del Cristianismo (1974), Opus Diaboli (1987), Con Dios y con el Führer (1988) y El Credo Falsificado (1989).
[20] La teoría animista fue brillantemente desarrollada por el antropólogo inglés Edward Burnett Tylor (1832-1917), para explicar el origen del sentimiento religioso en los pueblos primitivos. Léase su obra Primitive Culture.
[21] Para conocer con rigor el papel que jugó la Iglesia Católica durante la dictadura franquista, recomiendo la documentada obra La Iglesia de Franco, del historiador Julián Casanova (Edit. Temas de Hoy, 2001).
[22] Léase su encíclica Spe Salvi, claro ejemplo de integrismo católico.
[23] El Tractatus teologico-politicus fue publicado por primera vez en 1670. Su autor, Baruch Spinoza (1632-1677), no puede ser calificado de ateo (rechazaba la idea de un Dios personal pero era panteísta), sin embargo, fue uno de los mayores filósofos racionalistas de su tiempo y mantuvo una postura sumamente crítica con la religión y el clero.
[24] El filósofo francés André Comte-Sponville (1952), distingue entre religión y espiritualidad, asegurando que es posible desde el ateísmo llevar una vida espiritual y de amor al prójimo. Sería una especie de 'espiritualidad laica'. “La espiritualidad es demasiado importante para dejarla en manos de los fundamentalismos”, señala.
[25] El filósofo escocés David Hume (1711-1776) fue uno de los pensadores escépticos más destacados de la Ilustración. Mantuvo una postura agnóstica ante la idea de Dios. Luchó contra el fanatismo religioso y los absurdos argumentos teleológicos, como apreciamos en sus obras Tratado de la naturaleza humana (1739), Historia natural de la religión (1755) y Diálogos sobre la religión natural (publicada póstumamente en 1779).
[26] No sólo las evidencias referidas desde el ámbito de la fe religiosa, sino también desde el espiritismo o la parapsicología trascendentalista. La mediumnidad, las experiencias extracorpóreas (EEC) y las experiencias cercanas a la muerte (ECM), por muy extrañas que nos parezcan, no prueban la existencia del alma ni de un “más allá”. El estudio en profundidad de la conciencia humana nos permitirá plantear algún día una explicación fundamentada en razonamientos neurofísicos para determinar la naturaleza de dichas experiencias que, por el momento, consideramos anómalas.
[27] Según el neurofisiólogo Michael Persinger, de la Laurentian University (Canadá), la epilepsia del lóbulo temporal está detrás de tales visiones alucinatorias. En su laboratorio, ha estimulado eléctricamente esa zona cerebral en numerosos voluntarios, consiguiendo que tuvieran experiencias de tipo místico y visiones de seres sobrenaturales. En este sentido, se están haciendo avances muy significativos. Por otro lado, la moderna Neuroteología (neurociencia de la espiritualidad), trata de identificar las estructuras cerebrales vinculadas con la experiencia religiosa. Algunos científicos, como Andrew Newberg, estudian los cerebros de monjes orando y meditando profundamente. En esos estados aumenta la actividad en las áreas frontales y en el sistema límbico (asociados a la concentración y las emociones, respectivamente), mientras que los lóbulos parietales se desactivan, reduciendo el sentido del yo y aumentando la sensación de unión con la totalidad. Saber por qué la fe y tales experiencias se manifiestan en unas personas y no en otras, es uno de los principales objetivos de la citada disciplina.
[28] Manifestaciones efectuadas ante estudiantes y profesores en el Auditorio Maximum de la Universidad de Regensburg (Ratisbona, Alemania), el 12 de septiembre de 2006. Otra de las perlas que allí dijo fue que “el ateísmo nace del miedo a Dios”. Sobran comentarios.
[29] En contraposición al teocentrismo, tenemos el Humanismo Secular, que desplaza a Dios, rechaza todo dogma religioso e incorpora valores laicos para que el hombre viva dignamente y con plena libertad de pensamiento y conciencia. Consúltese el “Manifiesto Humanista 2000”, redactado por el filósofo racionalista Paul Kurtz.

miércoles 20 de mayo de 2009

SANTA IGLESIA CATÓLICA, APOSTÓLICA Y PEDERASTA

¡Espantoso!... No se me ocurre otra palabra más adecuada para expresar lo que he sentido hoy al leer la noticia sobre nuevos casos de abusos sexuales a menores cometidos por sacerdotes católicos. Las agencias informativas describen así los hechos: "Miles de menores fueron objeto de abusos sexuales y torturas físicas y psíquicas en instituciones estatales regentadas por religiosos de Irlanda durante casi 70 años, reveló hoy un informe elaborado por una comisión gubernamental. Los abusos, que el documento calificó de situación 'endémica' en este país, provocó que varias generaciones de niños y niñas entregados al cuidado del Estado viviesen 'a diario el terror' de los castigos corporales". Hay casos que se remontan hasta 1914. Hablamos de hechos ocurridos en escuelas públicas, orfanatos, centros para enfermos mentales y otras instituciones estatales, administradas mayormente por sacerdotes y monjas pertenecientes a la Iglesia católica de Irlanda. El informe redactado por la Comisión sobre Abusos a Menores, creada en 2000 para hacer frente a tantas denuncias sobre delitos sexuales, añade que "los abusadores eran trasladados, pero nada se hacía para tratar el daño infligido sobre el menor. En el peor de los casos, se culpaba al niño y se consideraba que estaba corrompido por la actividad sexual y era castigado con severidad". Entre los centros religiosos investigados figuran las Hermanas de la Misericordia, los Hermanos Cristianos y las Hermanas de Nuestra Señora de la Caridad y Refugio. El régimen en el que vivían los menores era de auténtica esclavitud, sometidos en todo momento a vejaciones y humillaciones, maltratos y abusos sexuales. Las autoridades eclesiásticas, conocedoras de lo ocurrido y evitando que los hechos trascendieran a la opinión pública, lejos de llevar el asunto a los tribunales, se limitaban a trasladar a los curas pederastas a destinos lejanos, aunque en muchas ocasiones estos sinvergüenzas volvían a reincidir en sus reprobables actos.

¿Cómo reaccionar ante estos lamentables sucesos? ¿Qué respeto merece una institución como la Iglesia católica que oculta estos hechos y encima ofrece lecciones de moral al conjunto de la sociedad, advirtiendo que quien siga sus preceptos morales tendrá garantizada la salvación de su alma?... ¡Menuda desfachatez! Esa Iglesia que pisotea los derechos humanos, que abusa de los más indefensos, que miente constantemente prometiendo falsas promesas post-mortem, que fomenta la expansión del sida al condenar el uso del preservativo, que discrimina a la mujer y no permite que acceda a la jerarquía, que se codea con los poderosos y no con los desfavorecidos, merece mi más absoluto desprecio. Y no me importa que los creyentes que conozco, aún siendo familiares y amigos, me digan que soy muy duro en mi postura anticlerical. Habría que preguntarles a esas víctimas si soy demasiado duro o no. Es más, pienso que quienes se proclaman católicos, deberían avergonzarse ante hechos así, y asumir de una vez por todas que están formando parte de una institución criminal, corrupta y encubridora de pederastas. Para mí, esos católicos, aunque sean indirectamente, son cómplices de tan horrendos delitos. Lo mismo que quien dice sentirse identificado con la ideología nazi es cómplice, en cierta medida, de lo que significó el nazismo en su día y de sus terribles crímenes.

La Iglesia se cree por encima de las leyes constitucionales y de las leyes penales. Ante los casos de curas pederastas, las autoridades religiosas adoptan una actitud pasiva. Son conscientes de tales abusos, ¿pero cómo reaccionan?: encubriendo a los agresores ("si non caste caute", decía un antiguo lema católico). Los curas pederastas suelen ser enviados a países latinoamericanos para que sigan ejerciendo sin ningún problema su ministerio sacerdotal. Mientras, la víctima es indemnizada -no siempre- y se le pide que calle y no denuncie, a veces con amenazas incluidas. Con esa fría impunidad actúa la Iglesia ante tales delitos graves. El clero ha sabido siempre manejarse con soltura en la más repugnante
hipocresía, escudado en una postura irracional e incoherente, y cruzado de brazos ante situaciones verdaderamente dramáticas que dejan una huella imborrable en las víctimas para el resto de sus vidas.

Mi buen amigo Pepe Rodríguez, doctor en psicología y especialista en dinámica sectaria, realizó en su día un exhaustivo y revelador estudio que plasmó en su polémico libro La vida sexual del clero (1995). Las cifras hablan por sí solas: Un 95% de los sacerdotes se masturban; un 60% mantienen relaciones sexuales de todo tipo; un 26% soban a menores; un 20% mantienen relaciones homosexuales; un 12% son estrictamente homosexuales; y un 7% cometen abusos sexuales graves contra menores (masturbación, sexo oral o coito). De su estudio se deduce que más de 300.000 españoles han sufrido abusos de sacerdotes. Ese es el celibato que practican los curas y esa es la abstinencia que tanto proclaman para favorecer las virtudes cristianas... Los curas, que pretenden dominar la sexualidad, al final son dominados por ella. Por eso, no puedo más que sonreir cuando advierten que las relaciones sexuales deben ceñirse exclusivamente a la función reproductiva: "Toda la vida matrimonial tiene que ser un constante sí al orden de la creación, es decir, a la fecundidad", sostiene la doctrina oficial de la Iglesia. El sexo como mero acto placentero es, pues, pecaminoso. ¿Acaso para los curas pederastas no?...
En una obra posterior titulada Pederastia en la Iglesia católica (2002), Pepe Rodríguez señala acertadamente que "el problema fundamental no reside tanto en que haya sacerdotes que abusen sexualmente de menores, sino que en el Código de Derecho Canónico vigente, así como todas las instrucciones del Papa y de la curia del Vaticano, obligan a encubrir esos delitos y a proteger al clero delincuente. En consecuencia, los cardenales, obispos y el propio gobierno vaticano practican con plena conciencia el más vergonzoso de los delitos: el encubrimiento".

Toda esta problemática parte, sin duda, del celibato obligatorio, impuesto oficialmente en el Concilio de Trento -exactamente el 11 de noviembre de 1563-, y que no tiene el menor fundamento bíblico (su fin no fue otro que ejercer un control absoluto sobre la mente y el bolsillo del sacerdote). Aquello tuvo consecuencias fatales. La represión sexual generó en conductas psicopatológicas y en parafilias. La pederastia fue una de esas lacras que se propagó con facilidad entre los ministros de la Iglesia. El sacerdote incapaz de controlar sus deseos sexuales, a la menor oportunidad, abusa de niños indefensos, que luego son amenazados si cuentan algo a su familia. Así, esos curas reprimidos y neuróticos, dan rienda suelta a sus deplorables fantasías. Encima, el sentimiento de culpabilidad se lo trasladan a las infelices víctimas, creándoles un trauma psicológico imposible de extirpar. No hay duda de que la Iglesia ha sido una fábrica de pervertidos que ha destrozado la vida de millones de personas a lo largo de sus casi dos mil años de existencia. Dice Jesús en los Evangelios: "El que escandalizare a un niño más le valdría que le colgasen una piedra de molino y lo hundieran en el fondo del mar" (Mt. 18, 6). Pues que esos curas pederastas se apliquen esas palabras, o bien que hagan lo que hizo Orígenes, destacado padre de la Iglesia, que se castró para evitar toda oscura tentación de la carne. Por cierto, decía que las mujeres eran hijas de Satanás...

Resulta curioso que esa Iglesia que tanto protege al feto a través de su combativa protesta antiabortista, luego deje desprotegido al menor ante esos curas pederastas. O sea, un feto de escasas semanas merece, para los prelados, mayor protección que un niño. ¿Por qué no es la Iglesia tan combativa contra la pederastia como lo es contra el aborto? Extraña actitud... Está claro que la retrógrada moral de la Iglesia sólo es apta para crédulos fanatizados que tienen su cerebro como mero adorno. La Iglesia, que dice hablar en nombre de la Verdad, asegura que los métodos anticonceptivos van contra la vida. Sin embargo, los contínuos casos de abusos pederastas ejercidos por sacerdotes católicos son los que verdaderamente van contra la vida y la dignidad humana. Con razón, el teólogo crítico Karlheinz Deschner, que no tiene pelos en la lengua, sostiene que "la Iglesia ha pervertido casi todos los valores de la vida sexual, ha llamado al Bien mal y al Mal bien, ha sellado lo honesto como deshonesto, lo positivo como negativo. Ha impedido o dificultado la satisfacción de los deseos naturales y en cambio ha convertido en deber el cumplimiento de mandatos antinaturales, mediante la sanción de la vida eterna y las penitencias más terrenales o más extremadamente bárbaras".

Hace unos años, el Arzobispo de Nairobi (Kenia), Raphael Ndingi, llegó a decir que "el virus del sida se propaga tan rápido por la disponibilidad de condones (...) No hay que usar condones. No deberían fabricarse. Ni siquiera los no-católicos deberían usarlos, puesto que las leyes de Dios son para todo el mundo". Este personaje, de mucha fe y de escasa inteligencia, afirmaba que el virus del sida se filtra fácilmente a través del látex con el que están fabricados los preservativos. Semejante majadería anticientífica, que fue respondida oportunamente por la OMS señalando que dicha argumentación es totalmente falsa, no merece más que una sonora carcajada. Lo grave es que esa es la postura oficial del Vaticano, como ya vimos hace unas semanas con las afirmaciones del Papa Benedicto XVI durante su visita a África, anunciando que el uso del preservativo aumenta los riesgos de contraer el sida. En Kenia, hay una gran población católica, que sigue obedientemente las palabras del Sumo Pontífice. Pues bien, esa idea de que el condón es nocivo proclamada por el arzobispo de Nairobi y refrendada ahora por Ratzinger, ha hecho que los casos de sida aumenten considerablemente en Kenia. Nada menos que una quinta parte de sus habitantes están infectados del VIH. ¡Bravo por la Iglesia y su gran campaña preventiva del sida!...

Los creyentes católicos suelen decir que nos quedemos con lo bueno y que no es necesario criticar tanto a la Iglesia. Ya vemos que fe e ingenuidad hacen buenas migas... Si actuásemos pasivamente y no denunciásemos la cara oculta de la Iglesia, con todos sus fraudes, engaños, manipulaciones y delitos, estaríamos siguiéndole el juego y permitiendo que actúe impunemente, con su inmerecida autoridad moral, haciéndonos creer todavía que están guiados por el Espíritu Santo. ¡Basta ya de vendernos una imagen falaz de la Iglesia!... Eso es una estafa con todas las de la ley, aunque resulte incómodo a los creyentes, que tienen la fea costumbre de mirar hacia otro lado y no ver los serios problemas que genera la fe católica con todos sus desmanes. Por mi parte, seguiré manteniendo mi postura crítica ante una institución que considero funesta para el progreso humano. Y lo seguiré haciendo abiertamente, gracias a eso que se llama "libertad de expresión" y que tanto persiguió la Iglesia cuando ejercía plena hegemonía.

En el fondo, siento verdadera lástima por esas personas que, incapaces de tomar decisiones propias con el uso de la razón, se dejan influir por lo que diga la Iglesia, sin caer en en la cuenta de que lo único que consigue dicha institución dogmática es arruinar las vidas de muchos feligreses
, desde el mismo momento en que comienza a coartarles sus libertades individuales y a fomentarles una moral enfermiza e inhumana. Ese "recto camino" que establece la Iglesia para conseguir el cielo, sólo lleva a la alienación más profunda. Usted es libre de seguirlo o, por el contrario, de tomar su propio camino, libre de ataduras teológicas. Afortunadamente, aumenta cada vez más el número de personas que eligen esta segunda opción. Y los prelados bien que lo saben, recordando seguramente lo que decía Diderot: "Quítesele a un cristiano el miedo al infierno y se le quita su fe"...

miércoles 13 de mayo de 2009

13 DE MAYO DE 1917: LA TRAMA FÁTIMA

Hoy, 13 de mayo, se cumple el 92º aniversario de las célebres apariciones de la Virgen en Fátima (Portugal). Es el caso aparicionista que más trascendencia ha tenido en el mundo católico. Tanto es así que muchas otras apariciones posteriores han plagiado elementos del caso Fátima (la fecha del 13 de mayo, la visión sobre un árbol, la danza solar, los mensajes secretos, la cruzada anticomunista…) Oscuras tramas políticas -vinculadas, sobre todo, al atentado ejecutado por Alí Agca y al "tercer secreto"-, han hecho que Fátima adquiera una extraordinaria dimensión sociológica. Ha sido portada en periódicos de todo el mundo, objeto de tensos debates, se han escrito decenas de libros… Y los últimos Papas, sobre todo Juan Pablo II, han tenido una especial predilección por el caso Fátima. ¿Pero cómo comenzó esta historia tan célebre?...

Hemos de remontarnos a 1917, época de gran caos en Portugal. El 13 de mayo de ese año, los jóvenes pastorcillos Lucía dos Santos (10 años) y sus primos Francisco (9) y Jacinta Marto (7) se encontraban cuidando el ganado, en un valle conocido como Cova de Iría, muy cerca de la población lusa de Fátima. De pronto, observan sorprendidos que sobre una encina se encuentra una señora muy brillante, que emite una intensa luz, y vestida toda de blanco. Lucía le pregunta: "¿De dónde es usted?"... Y la entidad le responde: “Soy del cielo. He venido para pediros que vengáis aquí seis meses seguidos el día 13 a esta misma hora. Después diré quién soy y lo que quiero”. Así se inició todo. Al menos, así nos lo han contado…

No vamos a entretenernos en relatar lo ocurrido en los meses sucesivos, pues es algo que ya se ha divulgado hasta la saciedad. Lo que sí hay que resaltar es que las autoridades eclesiásticas enseguida se hacen con el control de la historia para utilizarla como propaganda católica, en un país con gobierno republicano desde 1910, y cuyo anticlericarismo fue muy activo. Una década después de los acontecimientos de Fátima, una dictadura militar, encabezada por el ultraconservador Antonio de Oliveira Salazar, toma el poder. Y, a partir de ese momento, es cuando el caso Fátima comienza a adquirir una gran dimensión social y a ser usado como bastión anticomunista. “Vendré a pedir la consagración de Rusia a mi Inmaculado Corazón y la comunión reparadora de los primeros sábados. Si atendieren mis deseos, Rusia se convertirá y habrá paz; si no, esparcirá sus errores por el mundo, promoviendo guerras y persecuciones de la Iglesia”, le comunica la Virgen a Lucía, según recoge en sus memorias, escritas tiempo después de tomar los hábitos en Tuy (Pontevedra). La verdad es que la vidente siempre estuvo tutelada por sus confesores, los jesuitas José Bernardo Gonçalves y José da Silva Aparicio, que repasaban meticulosamente sus escritos y mensajes, para adaptarlos a la dogmática católica. Una manipulación en toda regla (se sabe, por ejemplo, que la parte del secreto que alude a Rusia es un añadido muy posterior a la fecha de los acontecimientos, quedando anulado entonces su presunto valor profético). De una mujer con tan escasa cultura y sin apenas saber escribir ni leer, no podían surgir textos de contenido teológico y político. Se sospecha que alguien se los redactó. Incluso sus memorias parece que tampoco están escritas por ella. Y es que Lucía siempre estuvo ‘instrumentalizada’ por la Iglesia. Sus visiones -cada vez más delirantes- duraron muchos años, al menos hasta la década de los ochenta. "Lucía ha sido condenada a vivir en estado de demencia y delirio, con visiones y apariciones a todas horas", apunta el sacerdote antifatimista Mario de Oliveira, autor de Fátima nunca mais (1999). Lo cierto es que la vidente estuvo recluida de por vida en el Convento del Carmelo de Coimbra, donde murió en 2005, a punto de cumplir 98 años de edad.

Centrémonos ahora en el famoso "Tercer Secreto" de Fátima. Aunque en realidad era un secreto dividido en tres partes. Las dos primeras partes, reveladas en 1941, se referían a una visión de infierno, el anuncio de una terrible guerra y la conversión de Rusia. La tercera parte tardó mucho más tiempo en salir a la luz… En 1943, Lucía enferma gravemente y se la insta a escribir la tercera parte del secreto. Así lo hace y lo introduce en un sobre lacrado que es entregado al obispo de Leiría, José Cordeira de Silva. No sin antes comunicarle que sea revelado si ella muere, y si no es así, que sea leído en 1960. En 1957 el sobre llega al Vaticano y es guardado por Pío XII, quien muere al año siguiente. En 1959 Juan XXIII lee el texto y decide no hacerlo público por su contenido alarmista. Pablo VI tampoco. Juan Pablo I no tuvo ni tiempo de interesarse por el asunto, por su brevísimo papado. Y ya con Juan Pablo II las cosas cambian… o se complican. Y es que el atentado que sufre en la Plaza de San Pedro el 13 de mayo de 1981 -hace hoy veintiocho años-, a manos del extremista turco Alí Agca, abre una nueva etapa en el devenir histórico del caso Fátima. Afortunadamente, Juan Pablo II salva su vida, según él por intercesión de la Virgen de Fátima. En el hospital, decide leer el "Tercer Secreto", lo que llama la atención de todo el mundo. ¿Qué esconderá el texto y qué relación puede tener con el atentado?, se preguntaron muchos. Sobre todo, cuando el propio Alí Agca llegó a decir durante el juicio que: “El atentado contra el Papa está vinculado con el secreto de Fátima. Os anuncio el fin del mundo en esta generación”. Comenzó a extenderse el rumor de que detrás del atentado estaban los servicios secretos búlgaros a instancias del KGB soviético. El Papa Wojtyla resultaba un personaje molesto para los paises del Este, por sus ideas anticomunistas. Y había que eliminarlo como fuere. Sería la llamada “pista búlgara”. Especulaciones que han durado hasta el presente, pero que cada vez han ido cobrando mayor verosimilitud. Hace unos años, los diputados búlgaros aprobaron la apertura de los archivos de los antiguos servicios secretos comunistas. ¿Sabremos algún día la verdad?...

En cuanto al "Tercer Secreto", hubo que esperar hasta el 2000 para conocer su contenido. El 13 de mayo de dicho año, Juan Pablo II beatifica a Francisco y Jacinta Marto. El acto tiene lugar en Fátima, en la explanada de la basílica. Asisten 600.000 peregrinos. Junto al pontífice, la vidente Lucía, que atrajo obviamente la mirada de periodistas y feligreses. Finalizada la homilía, toma la palabra el cardenal Angelo Sodano y comienza a revelar el célebre secreto: “Un obispo vestido de blanco, caminando con fatiga hacia la Cruz, entre los cadáveres de los martirizados (obispos, sacerdotes, religiosos, religiosas y numerosos laicos), cae a tierra como muerto, bajo los disparos de arma de fuego”. Tras esa lectura, añade: “La visión de Fátima tiene que ver sobre todo con la lucha de los sistemas ateos contra la Iglesia y los cristianos, y describe el inmenso sufrimiento de los testigos de la fe del último siglo del segundo milenio. Es un interminable Vía Crucis dirigido por los Papas del siglo XX”… Seguí el evento por televisión, y mi reacción inmediata fue de doble perplejidad. Tanto por la brevedad del contenido del texto -que no era un mensaje sino una visión- como por la explicación tan simplista ofrecida por el cardenal Sodano. Es decir, según el Vaticano, la profecía de Fátima ya se había cumplido. Pertenecía al pasado. Entre otras cosas, tenía que ver con el atentado de Juan Pablo II. Si era así, ¿porqué no se desclasificó mucho antes? Pero no quedaba ahí la cuestión. Lo leído por Sodano sólo era un extracto. El contenido íntegro sería dado a la luz en breve y acompañado de un informe teológico elaborado por el cardenal Ratzinger (el actual papa). Algo se estaba tramando, sin duda. Y así fue… Hubo que esperar nada menos que un mes y medio para conocer, por fin, el manuscrito original de Lucía donde se mostraba la tercera parte del secreto. Una fecha histórica: 26 de junio de 2000. En ese momento, me puse manos a la obra para explorar con lupa el texto de Lucía, averiguar su posible conexión con el atentado de Juan Pablo II y ver qué nos contaba Ratzinger en su anexo teológico. Ya, por si acaso, se encargó de decir a la prensa que el texto de Lucía no anunciaba revelaciones apocalípticas ni profecías sobre el fin del mundo. Sin embargo, no parecía tan clara la cosa. En principio, la visión que describe Lucía en su escrito no recuerda a nada que haya ocurrido antes. Para colmo, encontramos una pequeña diferencia con lo que leyó Sodano en Fátima, pero tan significativa, que cambia todo el sentido interpretativo que el Vaticano ha querido dar al texto. Esto puede leerse: “Y vimos (…) a un Obispo vestido de blanco, hemos tenido el presentimiento de que fuera el Santo Padre (…) Llegado a la cima del monte, postrado de rodillas a los pies de la gran Cruz fue muerto por un grupo de soldados que le dispararon varios tiros de arma de fuego y flechas”. Que sepamos, la expresión “fue muerto” es muy diferente de “cae como muerto”. Sutil pero efectiva manipulación para hacer encajar el texto con el atentado del Papa Wojtyla. Tampoco Sodano dijo nada de soldados y flechas. En suma, el comentario teológico no tiene desperdicio. Ratzinger interpreta a su antojo el mensaje de Fátima, dándole a determinadas cosas un carácter simbólico y a otras un carácter literal. Pero nada se habla de lo que realmente deja traslucir el texto cuando es leído sin prejuicios teológicos: un final sangriento de la Iglesia Católica. Una feroz persecución de obispos, sacerdotes y religiosos. Un papa asesinado. Y elementos apocalípticos, aunque Ratzinger dijese lo contrario, como el ángel con la espada de fuego. En definitiva, estaríamos ante una profecía aún por cumplirse. Que ocurra ya es otra cosa. Y es que en materia profética los fiascos son brutales...


Mientras, Alí Agca, que recibió el perdón de Juan Pablo II por su intento criminal, dice sentirse un enviado de Dios. Por lo pronto, ha escrito una biblia donde expone sus delirantes ideas y se ha ofrecido para matar a Bin Laden. Además, también ha afirmado que contó con la ayuda de sacerdotes y cardenales del Vaticano para preparar el atentado contra el papa. ¿Está loco o se lo hace? ¿O pretende más bien crear confusión?... Al final, el gobierno italiano le concedió el indulto el 13 de junio de 2000. Pero actualmente cumple condena en una cárcel turca por antiguos delitos, donde permanecerá hasta el próximo año.

En suma, Fátima me parece, al igual que otros casos aparicionistas, un tremendo montaje fundamentado en las visiones alucinatorias de una niña sumamente crédula y adoctrinada por la Iglesia, en una convulsa época en que dicha institución necesitaba, urgentemente, potenciar el fervor popular. El actual santuario, cita de turistas, visionarios y fanáticos religiosos -cuatro millones y medio de peregrinos al año-, representa un monumento a la demencia y da buena cuenta de hasta dónde puede llegar la jerarquía eclesiástica en su intento por perpetuar las falacias sobrenaturales cuando realmente le interesa, que es casi siempre...

(Anexo)

TEXTO DE LA TERCERA PARTE DEL SECRETO DE FÁTIMA

"Escribo en obediencia a Vos, Dios mío, que lo ordenáis por medio de Su Excelencia Reverendísima el Señor Obispo de Leiria y de la Santísima Madre vuestra y mía.

Después de las dos partes que ya he expuesto, hemos visto al lado izquierdo de Nuestra Señora un poco más en lo alto a un Angel con una espada de fuego en la mano izquierda; centelleando emitía llamas que parecía iban a incendiar el mundo; pero se apagaban al contacto con el esplendor que Nuestra Señora irradiaba con su mano derecha dirigida hacia él; el Angel señalando la tierra con su mano derecha, dijo con fuerte voz: ¡Penitencia, Penitencia, Penitencia! Y vimos en una inmensa luz qué es Dios: 'algo semejante a como se ven las personas en un espejo cuando pasan ante él' a un Obispo vestido de Blanco 'hemos tenido el presentimiento de que fuera el Santo Padre'. También a otros Obispos, sacerdotes, religiosos y religiosas subir una montaña empinada, en cuya cumbre había una gran Cruz de maderos toscos como si fueran de alcornoque con la corteza; el Santo Padre, antes de llegar a ella, atravesó una gran ciudad medio en ruinas y medio tembloroso con paso vacilante, apesadumbrado de dolor y pena, rezando por las almas de los cadáveres que encontraba por el camino; llegado a la cima del monte, postrado de rodillas a los pies de la gran Cruz fue muerto por un grupo de soldados que le dispararon varios tiros de arma de fuego y flechas; y del mismo modo murieron unos tras otros los Obispos sacerdotes, religiosos y religiosas y diversas personas seglares, hombres y mujeres de diversas clases y posiciones. Bajo los dos brazos de la Cruz había dos Angeles cada uno de ellos con una jarra de cristal en la mano, en las cuales recogían la sangre de los Mártires y regaban con ella las almas que se acercaban a Dios".

viernes 3 de abril de 2009

SEMANA SANTA: SAETAS Y VELAS PARA ÍDOLOS DE BARRO

Comienza la semana más fanática del año. Decenas de pasos con imágenes religiosas invaden las calles, rompiendo el ritmo normal de pueblos y ciudades. Capataces, penitentes, costaleros, saeteros... Toda una variopinta tribu urbana alardeando con su particular forma de expresar y entender la religión. La idolatría en su máxima expresión. Advocaciones para todos los gustos. Gente corriendo para ver las salidas y entradas de las hermandades en sus respectivos templos. Sus cofrades pulcramente vestidos porque la ocasión lo merece. Se celebra nada menos que el juicio y la agonía de un personaje que según sus seguidores se declaró Hijo de Dios y además resucitó tras su sacrificio salvífico. Apología del sufrimiento, de la sangre y de la muerte... Vírgenes rotas de dolor y cristos crucificados son llevados al son de tambores y cornetas tocados a marcha militar. Los devotos se santiguan y no pueden contener las lágrimas mientras los ostentosos pasos, fabricados a base de oro y plata, y adornados con flores, velas y bellos bordados, avanzan entre la muchedumbre... Esta rancia estampa popular se sigue repitiendo en la España aconfesional del siglo XXI. Las tradiciones religiosas siguen teniendo su peso. ¿Estado laicista? ¿Dónde?... Los poderes públicos permiten y apoyan esta clase de folklore piadoso. Los "buses ateos" hieren la sensibilidad de los creyentes y son apedreados. Pero no pasa nada si durante siete días, quienes no comulgamos con tales ruedas de molino religiosas, soportamos todas esas muestras idolátricas que deberían estar ya superadas y formar parte de los tratados de historia y antropología. Piden respeto. Se trata de algo sagrado y además ¡cultural! (?)...

Hoy la idolatría está permitida. La Iglesia católica, de hecho, fomenta sobremanera el culto a las imágenes. Y de ello saca suculentos beneficios económicos. Hay miles de estatuas de cristos, vírgenes y santos que se veneran en templos de todo el mundo. Imágenes que muchas veces se sacan a la calle, en multitudinarias procesiones. Ello genera una gran piedad popular. Por estos pagos, la idolatría hispana, herencia de tiempos oscurantistas de marcado fervor ultra-católico, permanece muy arraigada. En los Evangelios, sin embargo, no se promueve el culto a las imágenes. Más bien, al contrario. Incluso en el Antiguo Testamento se condena la idolatría[1]. “Pero la oposición fue desapareciendo gradualmente y las pinturas e imágenes llegaron pronto a invadir las iglesias y las casas. Se decía que eran toleradas como medida para instruir al pueblo ignorante. Pero esta excusa pedagógica no fue más que el primer peldaño que conduciría a la idolatría”, sentencia el historiador Javier Gonzaga.

Ya Orígenes, destacado Padre de la Iglesia, criticó duramente la idolatría:

“Son los más ignorantes quienes no se avergüenzan de dirigirse a objetos sin vida y aunque algunos pueden decir que estos objetos no son sus dioses sino tan solo imitaciones de los mismos y símbolos, sin embargo se necesita ser ignorante y esclavo para suponer que las manos viles de unos artesanos puedan modelar la semejanza de la Divinidad; os aseguramos que el más bajo de los nuestros se ve libre de tamaña ignorancia y falta de conocimiento”[2].

Y también lo hizo el apologista cristiano Lactancio:

“Es indubitable que en donde quiera que hay una imagen no hay religión. Porque si la religión consiste de cosas divinas, y no hay nada divino más que en las cosas celestiales, se sigue que las imágenes se hallan fuera de la esfera de la religión, porque no puede haber nada celestial en lo que se hace de la tierra… no hay religión en las imágenes, sino una simple imitación de religión”[3].

A pesar de que muchos se opusieron al culto de las imágenes, finalmente quedó restablecido en el II Concilio de Nicea. Y en el canon tercero del IV Concilio de Constantinopla se proclamó lo siguiente: “Si, alguno, pues, no adora la imagen de Cristo Salvador, no vea su forma en su segundo advenimiento. Asimismo honramos y adoramos también la imagen de la Inmaculada Madre suya, y las imágenes de los santos. Los que así no sientan, sean anatema”.

En el actual Catecismo se afirma:

“El culto cristiano de las imágenes no es contrario al primer mandamiento que proscribe los ídolos. En efecto, 'el honor dado a una imagen se remonta al modelo original', 'el que venera una imagen, venera al que en ella está representado'. El honor tributado a las imágenes sagradas es una 'veneración respestuosa', no una adoración, que sólo corresponde a Dios”.

¿Está segura la Iglesia de que los fieles así lo cumplen? ¿No parece más bien que en el culto a las imágenes se olvida el modelo original? En el caso de la Semana Santa no se percibe una simple veneración sino una adoración extrema. Y no creo que los fieles se paren a pensar que dichas imágenes representan a una madre y un hijo humildes que
supuestamente vivieron en la Palestina del siglo I. Entre las imágenes que salen en procesión durante la Semana Santa, muchas veces las cofradías compiten entre sí. Eso mismo ocurre en las fiestas patronales de algunos pueblos próximos. Hay recelo y envidia de por medio. Por mucho que la Iglesia niegue la evidencia, el culto a las imágenes es un acto idolátrico, fanático y que no tiene el menor valor espiritual.

Si hubiera existido Jesús -para mí no pasa de ser un personaje mítico sin la menor base histórica- ¿habría imaginado las tonterías que se harían en su nombre?...
------------
[1] Ver, por ejemplo, los siguientes pasajes: Ex.20,4-5 y Dt.5,8-10.
[2] Contra Celsum, VI, 14.
[3] Divinae Institutiones, II, 19.

miércoles 1 de abril de 2009

EL SURGIMIENTO DE LA RELIGIÓN

El sentimiento religioso subyace en el ser humano desde que adquirió conciencia de sí mismo y de su relación con el entorno. Aparece en la vida del hombre prehistórico como respuesta a una serie de necesidades intelectuales, emocionales y vitales. Un sentimiento nacido entre la ignorancia, la incertidumbre y el miedo. Para poder explicar el sentido de la muerte -y su diferencia con la vida-, así como las apariciones de seres en sueños y visiones, surge el animismo, o sea, la creencia en el alma y en entidades espirituales. Estas fabulaciones de carácter mítico tuvieron su expresión simbólica en las prácticas mágicas, bajo la forma de rituales, con las que se pretendía mantener bajo control las fuerzas ocultas que habitan, para el hombre primitivo, en toda forma viviente y en todo acto de la naturaleza. Según el catedrático de Filología y experto en Religiones Antonio Piñero:

“Los primitivos atribuyeron almas a toda la naturaleza (animismo) y, por último, personificaron las almas, que con ello se convirtieron en dioses que habitaban en todos los fenómenos y los controlaban, excepto a los propios seres humanos. Estas almas pueblan la naturaleza toda, especialmente la selvática, la tierra de los espíritus, las aguas misteriosas, etc. Ante estas almas el primitivo reaccionará con temor e intentará aplacarlas pagándoles un cierto precio (sacrificios), ya que si se irritan tales ánimas, su ira puede costar muy cara”
[1].

La teoría animista se la debemos al antropólogo Edward B. Tylor[2] y en ella encontramos las formas primigenias de la religión, puesto que del animismo surge la creencia en los espíritus y en una vida más allá de la muerte, ideas que se mantienen aún hoy, no sólo a través de las religiones -con sus cielos e infiernos poblados de almas desencarnadas-, sino también a través de otras formas de creencias irracionales como el espiritismo y el esoterismo, que mantienen la idea de la evolución del alma mediante distintos estadios de existencia. Una concepción dualista del ser (cuerpo-alma) que sigue plenamente vigente, pese a no existir la menor evidencia al respecto.

En aquel ancestral ambiente animista surge la figura del brujo o chamán, poseedor de supuestas capacidades mágicas que le permitían conectar con ese otro mundo sagrado (equívoca interpretación de lo que no eran más que experiencias subjetivas de carácter alucinatorio). Un personaje que comienza a cumplir una clara función de cohesión social. Lo mágico era el eje de sus vidas, o mejor dicho, de sus miedos y deseos. Exactamente igual que para muchas personas hoy día. Afirma Gonzalo Puente Ojea
[3] con su habitual contundencia: “Sobre la plataforma de la invención animista, los hombres han erigido un monumento a la irracionalidad y al error que todavía sigue aplastándolos en anchos espacios del planeta. Sus soportes siguen siendo el temor, el deseo y la esperanza, síndrome eficazmente estimulado por las iglesias, diestras en el negocio de capitalizar la debilidad humana”.

Pongámonos por un instante en la mente del hombre de Cro-Magnon, cuando se preguntaba absorto qué habría más allá del horizonte donde sus ojos no alcanzaban a ver, o qué era aquel enorme cuerpo esférico que diariamente aparecía en el cielo para iluminar todo el territorio, o qué significaban aquellas miles de luminarias que surgían cada noche en el firmamento… ¿Y qué miedo no sentiría cuando se veía asediado por tormentas, huracanes o terremotos?... Pensemos también qué se le pasaba por la cabeza cuando una mujer daba a luz o cuando alguien de la tribu fallecía repentinamente (lo que más le atormentaría, qué duda cabe
[4]). O cuando despertaba recordando haber visitado en sueños lugares que jamás conoció o haber visto a miembros de su tribu que ya habían muerto tiempo atrás… No tenía respuestas a nada. Todo lo que le rodeaba era enigmático, incomprensible... Entre tanta incertidumbre y pensamientos reflexivos -a lo que hay que sumar una serie de experiencias visionarias y alucinatorias que les hacían percibir figuras o seres que físicamente no existían-, surge la idea del alma inmortal, una fabulación compensatoria que proporcionó seguridades psicológicas y respuestas inmediatas para aquellos seres humanos que vivieron en la prehistoria y que se abrían paso desconfiadamente en un hábitat que les resultaba tan ignoto como hostil. La creencia animista actuó, sin duda, como un eficaz mecanismo de defensa. Y acompañaría al frágil ser humano -tan necesitado siempre de algo que le procure seguridad- durante milenios y milenios…

Queda algo importante por saber respecto del animismo. Y nos lo recuerda nuevamente Gonzalo Puente Ojea:

“Algún día, quizás no tan lejano, las neurociencias podrán explicarnos, desde la complejidad y el orden creciente de la evolución de las estructuras materiales del organismo humano, cómo se forjó cerebralmente en la mente del hombre prehistórico la idea del alma -pórtico de la religión y sostén primordial de la visión míticorreligiosa de la realidad, que alimenta la conciencia de los creyentes-, pero no sólo a través de las experiencias personales del hombre prehistórico en su entorno cotidiano tal como las descubrió genialmente Tylor, sino también, y sobre todo, mediante un conocimiento de las funciones de las redes neuronales y demás estructuras del sistema nervioso. Saldrá entonces la humanidad culta de las fantasías míticas que nutren la fe religiosa, y paulatinamente los traficantes en salvación tendrán que dejar su lugar a mejores pedagogos de la felicidad humana”
[5].

Es interesante también tener en cuenta lo que nos dice el gran antropólogo Bronislaw Malinowski, refiriéndose a los trabajos de sir James Frazer, que estudió la religión primitiva desde sus tres vertientes fundamentales como son la magia, el totemismo y los cultos de la fertilidad:

“El libro de Frazer, La Rama Dorada, ese gran código de la magia primitiva, muestra con claridad que el animismo no es la única, ni tampoco la dominante, creencia de la cultura salvaje. El primitivo busca ante todo consultar el curso de la naturaleza para fines prácticos y lleva a cabo tal cosa de modo directo, por medio de rituales y conjuros, obligando al viento y al clima, a los animales y a las cosechas, a obedecer su voluntad. Sólo mucho después, al toparse con las limitaciones del poder de su magia, se dirigirá a seres superiores, con miedo o con esperanza, en súplica o en desafío; tales seres superiores serán demonios, espíritus de los antepasados o dioses. Es en esa distinción entre lo que, por una parte, es control directo y, por otra, propiciación de poderes superiores donde sir James Frazer ve la diferencia entre magia y religión”
[6].

Efectivamente, la creencia en dioses que habitan un espacio sagrado y que interactúan con el ser humano por medio de su invocación, es una idea más sofisticada y evolucionada de la teoría animista. Ya entonces hablaríamos de religión. El politeísmo aparecería poco a poco entre las primeras culturas. El mundo se poblaría de dioses que adquieren atributos humanos por un simple proceso de proyección mental (personificarían nuestros propios deseos y cualidades). Un antropomorfismo que aún hoy perdura. Ya dijo el filósofo Ludwig Feuerbach que “el hombre hizo a los dioses a su imagen y semejanza”
[7].

La importancia que para aquellas culturas primitivas tuvo la fertilidad está claramente expresada en el culto a la diosa-madre, como se ha comprobado a través de numerosas figuras encontradas en los yacimientos arqueológicos. Eran tiempos en que la mujer jugaba un papel tremendamente activo en aquellas primeras comunidades humanas. Milenios más tarde, los dioses masculinos vendrían a ocupar el puesto de honor que durante mucho tiempo estuvo en manos de las diosas femeninas. Las transformaciones sociales y el papel activo que ya adquirió el varón se vieron obviamente reflejados en la transformación de sus deidades y sus respectivas funciones celestiales.

Pero mucho antes de ese proceso de antropomorfización, es posible que los hombres hicieran a los dioses a imagen y semejanza de los animales, según propone el filósofo Gustavo Bueno en su obra El Animal Divino, de obligada lectura. Lo cierto es que la zoolatría estuvo muy presente también en la religión primitiva. El hombre prehistórico proyectaba mentalmente atributos de numen[8] sobre ciertos animales. En ese proceso proyectivo el animal adquiere propiedades numinosas. Es por eso que existen tantas representaciones zoomórficas en las primeras etapas de la religión primitiva. El prehistoriador John Lubbock escribe:

“Si tenemos presente que el dios de un salvaje es un ser de naturaleza poco distinta de la suya, aunque en general algo más poderoso, comprenderemos al punto que varios animales, como el oso o el elefante, satisfagan cumplidamente su concepción de la divinidad. Otro tanto puede decirse, y con mayor razón, de los animales nocturnos, como el león y el tigre, porque aquí el efecto aumenta merced a cierto misterio. Cuando el salvaje, acurrucado de noche junto a su fuego, oye los gritos y rugidos de esas fieras que andan rondando en su inmediación, o las ve deslizarse como sombras por entre los árboles, ¿qué mucho que forje sobre ellas historias misteriosas?”
[9].

La verdad es que tal teoría es aplicable a muchas religiones, en las que los dioses son representados zoomórficamente. La religión egipcia es un notable ejemplo de ello. “La religión egipcia ofrecerá siempre, en todo caso, el mejor material ilustrativo para toda teoría zoocéntrica de la religión. Prácticamente todas (por no decir la totalidad) de las divinidades egipcias fueron concebidas como animales o, por lo menos, estuvieron asociadas, de un modo firme, a animales sagrados”, nos recuerda Gustavo Bueno. Así Horus se representa como un halcón; Anubis tendría cabeza de chacal; Sebek cabeza de cocodrilo; Nekhbet sería un buitre, etc. Y no olvidemos que el cristianismo contiene también muchos elementos zoomórficos: el Espíritu Santo simbolizado como paloma, el cordero que representa a Cristo, el diablo en forma de serpiente, el dragón apocalíptico, el pez que sirvió como símbolo entre los primeros cristianos, etc.

Con la religión judía, ya monoteísta, observamos cómo la fe se concretiza preferentemente en el contacto directo con Dios. El Yahvé bíblico interviene en la historia del pueblo de Israel para dictarle leyes, guiar su destino y garantizar su salvación. Un hecho que alcanzaría su culminación con Jesús de Nazaret. Esto era una novedad respecto a otras religiones, en las que sus dioses no solían entablar alianzas con el hombre. Según Luis Cencillo:

“Ya se ve la diferencia de esta nueva religión con las demás religiones vecinas: en ellas, sus dioses venían del fondo de la historia de las etnias y eran de procedencia cósmica (fuerzas de la naturaleza divinizadas, originariamente), aquí se trataba de un dios personal y trascendente al cosmos que irrumpiendo históricamente en los primeros episodios de la formación de un pueblo había hecho una oferta gratuita. Era una religión que comenzaba sobre el planteamiento no de un culto ancestral y cíclico, sino de una interacción histórica para el futuro (…) Es un caso único: el Dios de este pueblo no es ningún numen hierático, retirado en su esfera de sacralidad mítica, sino un ‘dios celoso’ y activo en la historia concreta de cada época, comprometido en sus empresas; haciéndole saber por sucesivos ‘profetas’ sus preferencias y rechazos, sus exigencias y promesas, vigilante sobre las vicisitudes por las que el pueblo iba pasando”
[10].

No existe una cultura humana sin religión. El animismo primitivo fue el prólogo de lo que iría surgiendo con el paso del tiempo: multitud de creencias religiosas, a cual más variopinta, que nutren la fe de millones de personas necesitadas de Dios y de la creencia en el alma para dar seguridad y sentido a sus vidas. Entre ellas, el cristianismo, del que surgió la infame Iglesia católica...
------
[1] Piñero, Antonio. Origen de la Religión, publicado en El Catoblepas, nº 22 (diciembre 2003).
[2] Edward B. Tylor (1882-1917) fue un brillante antropólogo británico, considerado hoy el padre de la etnología. En su obra Cultura Primitiva (1871) condensa su tesis sobre el animismo.
[3] Gonzalo Puente Ojea, ex-embajador de España en la Santa Sede, es uno de los racionalistas y críticos de la religión más prestigioso del panorama español. Autor de varias obras fundamentales como El Mito de Cristo, El Mito del Alma, Elogio del Ateismo, Opus Minor, Ateísmo y Religiosidad, etc.
[4] Prueba de ello son los ritos funerarios llevados a cabo en el Neanderthal. Se han hallado enterramientos donde los restos humanos aparecen rodeados de huesos de animales y ciertas herramientas de sílex para facilitar el tránsito del fallecido al otro mundo.
[5] Puente Ojea, Gonzalo. Por qué no creo en el alma. Diario El Mundo, 28-5-2000.
[6] Malinowski, Bronislaw. Magia, Ciencia y Religión (Planeta De Agostini, 1985)
[7] El filósofo Fernando Savater, en La Vida Eterna (Ariel, 2007), cita a Feuerbach para decir: “Sostendrá en sus obras que la razón psicológica de la creencia en Dios es el conjunto insatisfecho de los deseos humanos. El hombre proyecta hacia un Ser ultramundano todo lo que sueña para sí mismo, cuanto apetece y no alcanza: la inmortalidad, el poder, la abundancia, la sabiduría, la dicha perfecta (…) La promesa del cielo, donde un Dios infinito cumplirá todos nuestros anhelos finitos, se convierte en un mecanismo que nos persuade para resignarnos a nuestras limitaciones y padecimientos sin buscarles remedio radical”.
[8] El filósofo Gustavo Bueno, en El Animal Divino (1996), desarrolla extensamente la idea del numen. Según explica en la pág. 153 “el numen es un ‘centro de voluntad y de inteligencia’ capaz de mantener unas relaciones con los hombres de índole que podríamos llamar ‘lingüística’ (en sus revelaciones o manifestaciones) del mismo modo que el hombre puede mantenerlas con él (por ejemplo en la oración). Las relaciones religiosas del hombre y el numen son, ante todo, relaciones eminentemente prácticas, ‘políticas’, en el sentido más amplio. Cubren todo el espectro de las conductas interpersonales y no son sólo relaciones de amor o de respeto. También son relaciones de recelo, de temor, de odio o de desprecio (…) El numen es una categoría eminentemente religiosa, pero el numen no es por necesidad divino. Aun cuando, eso sí, lo divino sea también numinoso y los dioses sean númenes”.
[9] Lubbock, John. Los orígenes de la civilización y la condición primitiva del hombre (1870).
[10] Cencillo, Luis. Psicología de la fe (Edit. Sígueme, 2002), págs. 41-42.

sábado 21 de marzo de 2009

LA SUPERSTICIÓN CATÓLICA

"Os toca ofrecer el Evangelio a vuestros compatriotas. Muchos de ellos viven con miedo a los espíritus y a los poderes ocultos de los que se sienten amenazados. Desorientados, llegan al punto de condenar a niños de la calle e incluso a los más ancianos, ya que dicen que son brujos". Así se ha expresado hoy Benedicto XVI en la misa que ha oficiado en Angola, durante su periplo por África, conmemorando el 500 aniversario de su evangelización. El papa pretende que los católicos angoleños combatan la brujería y el espiritismo. Sigo pensando que este papa es un cachondo mental. Y es que resulta gracioso ver cómo el líder de una religión supersticiosa pretende luchar contra otras creencias supersticiosas. Pues sí, el catolicismo se sustenta, al igual que esos otros sistemas de creencias, en referentes espiritistas y supersticiones de todo tipo. ¿Acaso orar a santos que están muertos con la intención de que nos ayuden no es un acto espiritista? ¿No lo es también invocar al Espíritu Santo? ¿Y qué podemos decir de un exorcismo que tiene como fin la expulsión de presuntos entes infernales mediante oraciones y agua bendita? ¿No es superstición lo que se vive en El Rocio, donde tantos fanáticos pretenden tocar a la Blanca Paloma para recibir dones especiales?... ¿No es pura magia esa supuesta -fraudulenta, mejor dicho- licuefacción de la sangre de San Genaro y San Pantaleón en ciertos días del año? ¿No es superstición lo que ocurre en Lourdes con tantos miles de enfermos que pretenden curarse con el agua del manantial por intercesión divina? ¿Qué diferencia existe entre el crucifijo que porta el cristiano y el talismán que lleva el adepto de un culto ritual africano? Ambos elementos, que sepamos, tienen el mismo fin protector. ¿No es el bautismo otra actividad mágica más? ¿Y santiguarse?... Asimismo, la misa es otro acto mágico-supersticioso, en el que se invocan fuerzas sobrenaturales para que actúen sobre los participantes, sirviéndoles de ayuda espiritual frente a cualquier influencia negativa, y como en todo acto mágico que se precie, los creyentes toman un alimento simbólico, en este caso una hostia consagrada, cuya función es purificadora y de comunión con la divinidad. Por cierto, ¿hay mayor acto mágico que la transubstanciación?... En definitiva, no hay la menor diferencia entre un acto supersticioso y uno religioso. Y un sacerdote cumple el mismo rol que un brujo o chamán.

Las ceremonias purificadoras existen desde la más remota antigüedad. El dios judeocristiano no se libra de exigir sacrificios de animales como los loas de cualquier culto africano. Lean la Biblia, y si se van al Antiguo Testamento, compendio de libros que sigue aceptado por la Iglesia, lo verán clarísimo. Repasen asimismo las maldiciones bíblicas. Y los casos de necromancia y oniromancia. "Las hazañas de Moisés, de Josué o de Elías (transformando cosas, provocando plagas, separando las aguas o atrayendo el fuego del cielo) son de carácter mágico, pero llevadas a cabo por causa y orden divinos", afirma el historiador Rodolfo Gil en Magia, adivinación y alquimia (1986).

El animismo está detrás de toda religión, incluido el catolicismo. Lo irracional no puede luchar contra lo irracional. El catolicismo se basa en mitos arcaicos que sugieren la existencia de entes inmateriales e inmortales poseedores de capacidades extraordinarias. Mitos igualmente compartidos por toda creencia esotérica o mágica. De África o de Oceanía. De hace 20.000 años o de ahora. Mitos que se fueron sofisticando con el transcurso del tiempo hasta surgir la idea de los dioses. "El modelo teísta-creacionista no es sino la rutinaria prolongación de la prehistórica fantasía mítico-religiosa que protegió en cierto modo al ser humano contra la desesperación ante lo enigmático o inexplicable", sostiene acertadamente Gonzalo Puente Ojea en su magnífico ensayo El mito del alma (2000). En el animismo primitivo está el origen de la idea dualista alma-cuerpo que sigue impregnando todo sistema religioso, ya sea el catolicismo o la brujería. Varían sus formas, pero el fondo es el mismo si lo analizamos desde la antropología (consúltense los brillantes trabajos del antropólogo Edward B. Tylor, padre de la teoría animista). Creencias en entidades invisibles que habitan en otros planos existenciales y que interactúan con nosotros. Y es que religión y magia están entrelazadas. Una se alimenta de la otra. Por tanto, son igual de ilusorias. Sirven como mecanismos psicológicos para combatir nuestros miedos supersticiosos y ofrecernos seguridad. Ya decía Spinoza que "la causa que hacer surgir, que conserva y que fomenta la superstición es el miedo". Sin embargo, el papa considera que la religión católica es racional y superior a las demás. Parece que olvida que el catolicismo sostiene las mismas ideas falsas y demenciales que esos otros cultos exóticos africanos y produce los mismos efectos perniciosos en aquellas mentes más frágiles, sobre todo en niños. ¡Cuántos padres y curas han asustado a los más pequeños con la idea del infierno!...

Por eso, el católico no deja de ser un hombre angustiado que busca refugio en falacias supersticiosas para hacer llevadera su incierta existencia en este mundo, recurriendo a elementos mágicos para protegerse contra el mal. Reza compulsivamente suplicando la salvación de su alma, temeroso de la justicia divina. "El miedo a la muerte, el temor a la nada y el anonadamiento ante el vacío que sigue a la muerte generan fábulas consoladoras y ficciones que permiten que la negación disponga de plenos poderes. Lo real no existe; en cambio, la ficción sí. Ese falso mundo que ayuda a vivir aquí y ahora en nombre de un mundo de pacotilla induce la negación y el desprecio o el odio a lo mundano", asegura el filósofo Michel Onfray en su recomendado Tratado de Ateología (2006).

Veremos cuántas sandeces más dice Ratzinger estos próximos días en el continente negro. Ya decía Einstein que "hay dos cosas infinitas, el universo y la estupidez humana. Aunque no estoy seguro de esta afirmación con respecto al universo". Amén.

miércoles 18 de marzo de 2009

EL PAPA FOMENTA LA EXPANSIÓN DEL SIDA

El titular que he utilizado puede resultar un tanto fuerte, pero no se me ocurre otro mejor tras escuchar hoy las impresentables declaraciones del cada día más esperpéntico Benedicto XVI durante su primera visita apostólica a África. En un continente con más de 22 millones de personas infectadas por el sida, no se le ocurre otra cosa que decir: "La distribución del preservativo no soluciona el problema del sida, sino que lo aumenta". Pide abstención sexual como medio más eficaz para evitar el sida. Lo que me resulta verdaderamente alucinante es que tales palabras provengan del líder de una institución sectaria que en 2008 tuvo que pagar 436 millones de dólares por abusos sexuales en los que estaban involucrados sacerdotes católicos. Un año antes ya había pagado 526 millones de dólares. Más de 400 denuncias sobre abusos sexuales formuladas en 2008 correspondían a niños. ¡Que pida más bien abstención a esos sinvergüenzas con sotana y alzacuello que tiene en su multinacional de la fe!...

Lo cierto es que gracias al uso del preservativo, el avance del sida se ha detenido. Como medio de prevención para evitar el contagio del VIH es el más idóneo, según ONUSIDA, programa de ayuda promovido por la ONU. Pero lo que no se detiene es el número de curas pederastas, que no son más que reprimidos sexuales atormentados por culpa de un celibato obligatorio y que descargan sus enfermizos deseos en niños inocentes cuando se les presenta la más mínima ocasión. Eso es lo que debe preocupar al Papa y no el uso del preservativo para prevenir enfermedades de transmisión sexual.

La ideología católica está resultando cada día más radical, peligrosa, anticientífica y ajena a los derechos humanos. La Iglesia ha perdido los papeles hace ya mucho tiempo. Su discurso, en pleno siglo XXI, ha tocado ya techo en cuanto a insensatez. Luego los jerarcas eclesiásticos se quejan de que las iglesias se están quedando vacías. Con tanta inmoralidad que hay tras sus puertas, ¿qué esperan? ¿acaso conseguir más ovejas para su trasnochado redil?...

En materia sexual, la Iglesia siempre ha mantenido una moral enfermiza, despertando complejos de culpa, castrando la libertad sexual, estigmatizando la sexualidad femenina, condenando la homosexualidad, convirtiendo en pecado todo lo bello de la vida sexual, transformando lo natural en antinatural y sacralizando la virginidad. Han sido dos mil años de encarnizada lucha católica contra todo lo que suene a placer sexual y exigiendo la mortificación de la carne. Aún, el Catecismo sigue afirmando que Eva trajo el pecado al mundo, seduciendo al varón. Y que María, modelo edificante de mujer sumisa, obediente y casta, la "esclava del Señor", es el referente que toda mujer de bien debería tomar para salvar su alma. No es de extrañar que grandes misóginos como Gregorio VII fuesen tan devotos de María. "Las primeras páginas de la Biblia han servido de persistente fundamento a la conciencia de la superioridad física y moral del hombre sobre la mujer, impura per se y que desde el principio personificó el pecado", sostiene el teólogo Augustin Theiner. Con razón, en la Edad Media -en plena expansión del misticismo mariano- la figura de la bruja se convierte en chivo expiatorio, sufriendo en sus propias carnes el odio religioso hacia todo lo que representa el sexo femenino. Así quedó demonizada la mujer, origen de todos los males según la Iglesia, que ni siquiera permitía que las menstruantes pisaran los templos, al ser consideradas impuras. "En toda la Edad Media cristiana la mujer aparece como la quintaesencia de todos los vicios, de todas las maldades y de todos los pecados, como la maldición y la corrupción del hombre, como una emboscada diabólica en la senda de la virtud y la santidad", afirmó el filósofo alemán Eduard von Hartmann.

En definitiva, es la Iglesia -no olvidemos que su rancia moral se inicia con Pablo de Tarso, cuyo odio patológico a la mujer queda evidente al leer sus epístolas- una de las grandes culpables de toda la herencia machista y misógina que a fuerza de mucha voluntad estamos tratando de erradicar de nuestra cultura occidental. Con instituciones como la Iglesia, que sigue haciendo proselitismo de un ideario reaccionario que ni siquiera permite el acceso de la mujer al ministerio sacerdotal, dificil es luchar por la total igualdad de género.

El gran teólogo crítico Karlheinz Deschner dijo hace años que "el cristianismo está hoy al borde de la bancarrota espiritual". Pues bien, yo creo que ya ha caído al precipicio, y más con declaraciones como las que hoy ha realizado el Sumo Pontífice, que no en vano fue en su día Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe (antiguo Santo Oficio de la Inquisición).

martes 17 de marzo de 2009

¡VADE RETRO, EXORCISTA!

"El único diablo que existe en el mundo
mora en nuestro propio corazón" (Gandhi)

Siempre me han resultado ridículos esos sacerdotes que presumen de haber expulsado al mismísimo Satanás (término hebreo que significa "opuesto", "adversario") del cuerpo de un supuesto poseso. Se jactan en sus libros o ante las cámaras de que, gracias a la fe y a la firmeza de sus palabras, siempre vencen al diablo. Son los llamados exorcistas. Pintorescos personajes, prepotentes y soberbios donde los haya, que están plenamente convencidos de mantener una "santa cruzada" contra las huestes infernales. Consideran que han sido elegidos por Dios para tan trascendental misión, erigiéndose en salvadores de la humanidad. ¿Y quién salva a estos exorcistas de su profunda ignorancia? ¿Tan lejos puede llegar la credulidad humana?... Cuando en mi adolescencia creía en la posible existencia de Dios -afortunadamente, con el paso del tiempo me fuí desprendiendo de toda falacia teísta heredada culturalmente-, ya me costaba trabajo aceptar la idea de un infierno gobernado por un terrible demonio. Me parecía un insulto a Dios. ¿Acaso no se le ocurrió nada mejor que crear a un ser maligno que nos tienta constantemente y un lugar para que las almas pecadoras sufran por toda la eternidad?... Semejante cosa me parecía tan disparatada como terrible. Sin embargo, observo que muchos creyentes aceptan dicha idea y la asimilan a la vez que la existencia de un Dios todopoderoso y misericordioso. Los delirios paranoicos tienen esa particularidad. Se aceptan aun siendo contradictorios. Y uno de los libros más delirantes que existe es, sin duda, el Catecismo de la Iglesia Católica, compendio de un irracionalismo impropio de los tiempos que corren. Yo he tenido la "santa" paciencia de estudiar a fondo sus 982 páginas para extraer mis propias deducciones. Por cierto, dudo que los católicos de a pie lo estudien. Igual que dudo que estudien la Biblia. Tal vez por eso mantienen la fe. Y es que conocimiento y fe suelen repelerse...

En el punto 1035 del Catecismo, podemos leer:

"La enseñanza de la Iglesia afirma la existencia del infierno y su eternidad. Las almas de los que mueren en estado de pecado mortal descienden a los infiernos inmediatamente después de la muerte y allí sufren las penas del infierno, 'el fuego eterno'. La pena principal del infierno consiste en la separación eterna de Dios en quien únicamente puede tener el hombre la vida y la felicidad para las que ha sido creado y a las que aspira".

Así que seamos buenos, si no queremos pasar dolor mientras nos achicharramos eternamente...

Bromas aparte, ya sabemos que la creencia en el demonio ha formado parte de la tradición católica. Y a la Iglesia, tal entelequia, le ha servido de mucho. ¿Acaso no ha utilizado al diablo como fiel colaborador para así garantizar el éxito de su negocio? No olvidemos que la idea de que el diablo acecha al hombre de fe para que caiga en el pecado y así su alma sea condenada, ha sido una efectiva amenaza utilizada por el clero para mantener bajo control a su feligresía. Según la biblia, Lucifer[1] -nombre dado a Satanás antes de su caida-, es el príncipe de este mundo. Eso mantiene al creyente en una constante lucha para evitar ser presa de sus contínuas tentaciones, pues se supone que esa es la misión del diablo en la tierra:

“A través de toda la historia del hombre se extiende una dura batalla contra los poderes de las tinieblas que, iniciada ya desde el origen del mundo, durará hasta el último día, según dice el Señor. Inserto en esta lucha, el hombre debe combatir contínuamente para adherirse al bien, y no sin grandes trabajos, con la ayuda de la gracia de Dios, que es capaz de lograr la unidad en sí mismo”
[2].

De hecho, la Iglesia sostiene la creencia de que cuando nacemos ya arrastramos con nosotros el pecado original
[3], cuyo culpable fue el demonio disfrazado de serpiente. El bautismo erradicaría de nosotros ese pecado contraído por nuestros primeros padres Adán y Eva tras comer del árbol prohibido del jardín del Edén[4]. Respecto a los niños que mueren antes de ser bautizados, es digna de destacar la delirante opinión ofrecida en 1599 por el sacerdote jesuita Martin del Río en su tocho Disquisitionum Magicarum:

“Si, como suele ocurrir, Dios permite que los niños mueran antes de haber recibido el bautismo, es para evitar que, al vivir, cometan pecados que harían su condena aún más severa. En esto Dios no es ni cruel ni injusto, puesto que, por el mero hecho del pecado original, los niños ya merecen la muerte”.

Tan seriamente se tomaron los teólogos el problema del diablo que crearon una disciplina denominada Demonología. Entre sus voluminosos tratados, mayormente escritos entre finales del medievo y el siglo XVII, se pueden consultar amplios listados con los nombres de decenas de demonios que están a cargo de Satanás, cada uno con su función y jerarquía correspondientes (como si fuese el equivalente al mundo de los ángeles). Así nos encontramos a Belcebú, príncipe de los serafines y uno de los máximos jefes infernales; Mefistófeles, uno de los más poderosos arcángeles caidos; Astaroth, archiduque de los infiernos; Lucifugo, primer ministro; Nebiros, mariscal de campo, etc. Al parecer, una tercera parte de los ángeles del cielo se unieron a la rebelión iniciada por Lucifer. Algunos eruditos elevan la cifra total a 6.600.000 demonios. Sobre Satanás, Johan Weyer nos advertía en 1563:

“Satanás posee gran valor, una astucia increible, conocimientos sobrehumanos, agudeza y penetración, prudencia consumada, una habilidad incomparable para disimular los artificios más perniciosos tras diversos disfraces y un odio perverso e infinito hacia el género humano, implacable e incurable”.

Grillando, en su Tractatus de Sortilegiis, escrito en 1536, explica lo siguiente:

“¿Por qué el demonio, que hacen que las brujas vuelen por los aires y se metan por el ojo de una cerradura, no ayuda a escapar a los acusados de brujería? La razón por la que ninguna bruja puede escapar de la cárcel una vez que el demonio se ha apoderado de ella es que Satanás desea que sea ejecutada, porque así no podrá librarse de él, arrepintiéndose o retractándose”.

¡Qué infinita y retorcida ha sido la imaginación de los teólogos! ¡Y cuántas mentes se dejaron seducir por sus mentiras!... La enfermiza obsesión de los demonólogos por la figura del diablo, que veían aparecer en cada esquina, creó una densa atmósfera de miedo y superstición entre la población. Pronto comenzaron a sospechar unos de otros. Se hablaba contínuamente de brujería, sortilegios, maleficios, hechizos, magia negra… Eran frecuentes la visiones de demonios, íncubos, súcubos y toda clase de espíritus maléficos. A Satán dejó de representarse como un ángel para convertirlo en un repugnante macho cabrío, adquiriendo rasgos del dios Pan de la mitología griega. Las posesiones demoníacas no dejaban de producirse. No hay duda de que la brujomanía se desató por toda Europa. Surgió entonces una legión de exorcistas para luchar contra tanta fuerza diabólica suelta. Se publicaron libros especializados que contenían decenas de ritos exorcistas. Uno de los más célebres, el Thesaurus Exorcismorum (1626), contenía nada menos que 1.232 páginas.

La idea que por entonces se tenía de las brujas queda muy bien expuesta en la obra Simboleography, escrita en 1594 por William West:

“La bruja es la mujer que, engañada por un pacto firmado con el Diablo y persuadida por éste, cree que puede obrar cualesquiera actos de maldad, con el pensamiento o mediante la imprecación, como agitar los aires con rayos y centellas, provocar tempestades, trasladar maíz o árboles a otros lugares, ser transportada por su demonio familiar (que ha adoptado la engañosa forma de cabra, cerdo, ternero, etc.) hasta una montaña lejana en un lapso de tiempo prodigiosamente breve, y a veces volar en un cayado u otro instrumento y pasar toda la noche con su amante tocando música, bailando, comiendo, bromeando y dedicándose a otras actividades igualmente diabólicas y lujuriosas y haciendo gala de miles de burlas monstruosas”.

No solía ser tan complicado descubrir a una bruja. A veces bastaba con que una persona tuviera una simple marca en su cuerpo, como un lunar o una cicatriz, para ser acusada de pactar con el diablo. Las acusaciones se sucedían sin cesar. La desconfianza era mútua y la persona más inocente podía ser denunciada por su propio vecino. Los tribunales convertían los rumores en testimonios fiables. ¡Hasta eran tenidas en cuenta las acusaciones hechas por niños! De hecho, muchas personas acabaron siendo torturadas o ajusticiadas en la hoguera víctimas de crueles mentiras infantiles. Un caso conocido fue el de las brujas de Salem (actual Massachusetts) en el que unas jóvenes adolescentes, que sufrieron episodios histéricos, acusaron falsamente a varios vecinos de practicar la brujería. 25 personas fueron ejecutadas. Un triste hecho que aconteció en 1692.

Las brujas no dejaban de ser, quitando los casos de desequilibradas mentales y alguna que otra lasciva adoradora de Satán, viejas curanderas que tenían cierto dominio sobre el uso de plantas medicinales y hongos alucinógenos. Con ellos preparaban extrañas pócimas que a veces surtían efectos curativos. También eran sospechosas de brujas las comadronas, las que no iban a misa y las viudas que vivían con animales domésticos. Las sospechas recaían más sobre las mujeres que sobre los hombres, ya que se las culpaban del pecado original y se las consideraban más expuestas, por su fragilidad mental y física, a la influencia del demonio. Es normal que con la exacerbada misoginia que siempre cultivó la iglesia[5], el 90% de las personas acusadas de brujería fuesen mujeres…

El historiador Juan García Atienza escribe:

“En general, en los procesos de brujería que tuvieron lugar en la Europa cristiana, la mujer fue protagonista absoluta y el peso de las santas iras clericales se abatió siempre sobre brujas, con amplia preferencia que sobre los brujos, que a menudo no fueron más que candorosas víctimas, seguidoras de su innata perversidad”
[6].

Pero no sólo los teólogos de aquellos siglos de delirio oscurantista se preocuparon por estudiar Demonología, examinar casos de posesión diabólica y practicar exorcismos. Todavía hoy nos encontramos con miembros del clero que se han convertido en eruditos del tema. Sacerdotes que viajan por el mundo para advertirnos sobre el poder maléfico del diablo y que, a veces, hasta realizan exorcismos sobre alguien presuntamente endemoniado. Uno de los exorcistas más célebres del momento es el padre Gabriele Amorth. Es el exorcista oficial de la diócesis de Roma. Toda una autoridad en la materia. En su célebre obra Habla un exorcista
[7], detalla numerosos casos de posesión que ha tenido la oportunidad de estudiar. Se enorgullece de vencer a legiones de demonios (asegura haber realizado más de 50.000 exorcismos). Y a veces, en los platós de televisión, en plan estrella mediática, muestra clavos y otros objetos punzantes expulsados por la boca del poseso durante las prácticas exorcistas que lleva a cabo. Todo un trofeo de sus combates contra el Maligno. Los relatos que cuenta puede hacer estremecer al más crédulo. Pero a otros, simplemente nos hace sonreir. Las falacias que Amorth describe posiblemente se las crea él. Llevar alzacuello no imprime credibilidad a sus argumentos. Poco puede convencer a quien como un servidor cataloga los casos de posesión como crisis histéricas acompañadas de ciertos trastornos de tipo paranoide. La posesión queda perfectamente encuadrada en un síndrome psicopatológico. Severos trastornos de la personalidad que pueden ser tratados médicamente. No hay que recurrir a explicaciones sobrenaturalistas. De todo ello hablé recientemente en Madrid con el catedrático de Neurología Esteban García-Albea, Jefe de la Sección de Neurología del Hospital 'Príncipe de Asturias' de Alcalá de Henares, para quien las posesiones entran de lleno en las enfermedades psicopatológicas y no presentan ningún elemento supuestamente preternatural o paranormal. A pesar de los increibles sucesos que suelen narrar los exorcistas, afirmando que el poseso levita, habla en lenguas muertas, le aparecen dermografías en su cuerpo o expulsa objetos de su boca, jamás las cámaras han grabado cosas así. El padre Francisco de Paula Solá, que también ha ejercido de exorcista, afirma que una poseída de 16 años "se puso a caminar por la pared de su casa, tranquilamente, como si fuera por la calle, siguió por el techo y llegó a dar la vuelta completa a la habitación. Lo curioso es que llevaba una falda plisada y ésta seguía en su posición sin caerse ni doblarse". Cuesta creerlo ¿verdad?... "Si dice que ha visto a la persona elevada, volando, ese cura es un solemne mentiroso, porque el fenómeno de la levitación no ha existido nunca", afirma con rotundidad el catedrático de Psiquiatría Francisco Alonso Fernández, durante una entrevista que le hice en su domicilio madrileño. Muchas veces han sido filmados los exorcismos y nunca se ha registrado un fenómeno de esa magnitud. Lo que hemos observado, en cambio, tiene más que ver con lo psiquiátrico que con lo demonológico, aparte de la ridícula pantomima que supone el acto exorcista en sí, con oraciones en latín extraídas del Rituale Romanum y derramando agua bendita sobre el enfermo. Pero la Iglesia necesita que se mantenga ese clima de credulidad y temor hacia el demonio. Aunque haya sacerdotes que se muestran críticos con la cuestión, siempre dejan un porcentaje de posibilidades. Para no pillarse los dedos y dar imagen de seriedad, los exorcistas suelen confesar públicamente que la mayoría de casos que han caido en sus manos no entran en la categoría de auténticas posesiones demoníacas, pero sí un pequeño porcentaje. Decir eso no es más que recurrir a una falsificación estadística conocida como la falacia del resíduo. En realidad, no existen las posesiones ni los demonios. Creer que un ente sobrenatural posee a una persona y mediante un ritual exorcista puede ser expulsado es caer en la necedad más absoluta. Podemos entender que en la Edad Media se creyeran tales cosas, por el arraigo de la superstición y la incultura de las masas, pero hoy día, con los conocimientos que ya se manejan sobre las patologías mentales, mantener esas creencias es realmente absurdo y yo diría que hasta intolerable desde un punto de vista intelectual[8].

El papa Juan Pablo II caldeó, qué duda cabe, ese ambiente supersticioso que se respiraba hace dos décadas, cuando las noticias sobre posesiones, sectas satánicas y profanaciones de cementerios ocupaban grandes titulares de prensa en media Europa. Muchas veces Wojtyla aludía a la acción de Satanás y a la indefensa del hombre para protegerse de él si no es a través de la oración y la fe absoluta en los poderes sacramentales de la Iglesia Católica. El 24 de mayo de 1987 declaró ante un público de fieles lo siguiente:

“Esta lucha contra el demonio, que distingue con especial relieve al arcángel San Miguel, es actual todavía hoy, porque el demonio sigue vivo y activo en el mundo. En efecto, el mal que hay en éste, el desorden que se halla en la sociedad, la incoherencia del hombre, la fractura interior de la cual es víctima, no son sólo consecuencias del pecado original, sino también efecto de la acción devastadora y oscura de Satanás”.

No es de extrañar que algunos fanáticos sugestionados por las palabras del pontífice, creyeran estar poseidos o influidos por el Maligno. La verdad es que los casos de posesión se dispararon durante el pontificado de Juan Pablo II y hasta él mismo tuvo que intervenir en algunos de ellos, como informó la prensa mundial. Se practicaron numerosos exorcismos, incluso por personal no autorizado por la Iglesia. De ahí que Ratzinger, siendo prefecto-cardenal de la Congregación para la Doctrina de la Fe, redactara una carta cuyos destinatarios fueron los obispos de cada diócesis. En dicho documento, fechado el 29 de septiembre de 1985, leemos entre otras cosas que:

“El canon 1172 del Código de Derecho Canónico dispone que nadie puede legítimamente pronunciar los exorcismos sobre los endemoniados si no ha obtenido licencia específica y expresa del obispo diocesano del lugar, y precisa que esta licencia sólo debe concederse a un sacerdote que esté dotado de piedad, ciencia, prudencia e integridad de vida. Por lo tanto, se invita a los obispos a atenerse estrictamente a la observancia de estas prescripciones”.

El documento, como era de suponer, no invitaba a la calma ni al sentido común, no explicaba las causas naturales de las posesiones y no criticaba la ola supersticiosa y de histerismo colectivo. Por el contrario, seguía manteniendo la misma credulidad ante tales hechos:

“El haber recordado estas normas, empero, no deben apartar en lo más mínimo de la oración a los fieles a fin de que, como Jesús nos ha enseñado, ellos sean liberados del mal (cfr. Mt. 6, 13). Además, los pastores pueden servirse de esta ocasión que se les brinda para recordar lo que la tradición de la Iglesia enseña respecto de la función que es propia de los sacramentos, de la intercesión de la beatísima Virgen María, de los ángeles y de los santos, también en la lucha espiritual de los cristianos contra los espíritus malignos”.


El 23 de abril de 2006, Antena 3 emitió un reportaje titulado "El exorcismo de Marta", en el que vimos al sacerdote, teólogo y exorcista José Antonio Fortea, exorcizando a una mujer presuntamente poseída. La víctima se convulsionaba sin cesar en el suelo, profería insultos, escupía, modificaba su voz y gritaba con toda la fuerza del mundo. Fortea, mientras, rezaba y se encaraba con el presunto demonio. La escena resultaba patética. Por supuesto, nada que ver con lo que le ocurre a Regan en la célebre e impactante película "El Exorcista" (1973), magistralmente dirigida por William Friedkin. El cine puede permitirse esas licencias, que tanto distan de la realidad.
Hoy, con los conocimientos que poseemos sobre las enfermedades mentales, es insostenible pensar que una fuerza maligna toma posesión de la voluntad de una persona. Sólo una mente crédula, ignorante y supersticiosa puede aceptar algo así.

Estos días he leído en la prensa un supuesto caso de posesión que han sufrido varias chicas nicaragüenses, pertenecientes a las comunidades indígenas misquitas. Los síntomas han sido trances catatónicos alternados con ataques de pánico e histerias, a veces acompañados de impulsos violentos. En esos ambientes, se interpretan como auténticas posesiones demoníacas. Pero se trata de una enfermedad psicogénica de masas (EPM) que se traduce en una histeria colectiva que se propaga como una infección en ambientes idóneos para el cultivo de esas creencias y dados a situaciones de estrés. Con razón, el psicólogo suizo Carl Jung afirmaba que "los demonios son intrusos procedentes del inconsciente, irrupciones espontáneas de complejos del inconsciente en la continuidad del proceso de nuestra conciencia. Los complejos son comparables a demonios que hostigan caprichosamente nuestro pensamiento y nuestra acción. Es por ello que, en la antigüedad y en la Edad Media, las perturbaciones neuróticas agudas eran consideradas como una consecuencia de la posesión".

Aquellos que creen estar poseídos no son más que enfermos que necesitan el auxilio de un profesional de la salud mental, pues los exorcismos, lejos de hacer un bien terapéutico, sumerge más si cabe a la víctima en sus propios delirios, haciéndole creer que, ciertamente, un ente infernal se ha apoderado de sus actos. Sin duda, es peligrosísima la dinámica psicoemocional que provoca un exorcismo. Se trata de un ritual en el que la víctima se infringe golpes, arañazos, se destroza la garganta por los gritos, se acelera su ritmo cardíaco y nadie hace nada por impedirlo, sólo hay un pintoresco personaje junto a ella que se limita a rociarle agua bendita, exponerle un crucifijo y hacer oraciones. Y cuando la víctima lleva horas en ese estado, exhausta, se queda sin fuerzas o incluso pierde el conocimiento. El exorcista, satisfecho, cree haber expulsado al diablo. Otro éxito más para su curriculum como "rescata-almas". ¡Increíble!...

Afirma el padre Fortea en el prólogo de su obra Daemoniacum (2002), dedicada a todos estos asuntos del demonio, las posesiones y otras sinrazones: "Al ateo este libro le servirá para conocer con fiabilidad qué piensa la Iglesia acerca del tema. Porque, hasta para atacar a la Iglesia, conviene saber con detalle qué es lo que piensa la Iglesia. Al ateo le deseo que esta lectura le sugiera varios interrogantes"... Pues bien, su lectura efectivamente me ha sugerido varios interrogantes: ¿por qué la Iglesia sigue pensando que la gente es imbécil? ¿Por qué sigue dando credibilidad a historias delirantes que no están apoyadas en ninguna evidencia? ¿Por qué en vez de fomentar la razón sigue fomentando la superchería?... Según el Concilio de Trento, "nuestro adversario, durante toda la vida, busca y encuentra ocasiones para poder, de un modo u otro, devorar nuestra alma". Yo, en cambio, sostengo: "La fe irracional, durante toda la vida, busca y encuentra ocasiones para poder, de un modo u otro, devorar nuestra inteligencia".
---------
[1] Del latín ‘portador de la luz’. Fue expulsado del cielo por rebelarse contra Dios. “El diablo y los otros demonios fueron creados por Dios con una naturaleza buena, pero ellos se hicieron a sí mismos malos”, aclara el documento De Fide Catholica, aprobado en el IV Concilio de Letrán (1215).
[2] Const. Past. Gaudium et spes, cap. III, 37. Concilio Vaticano II.
[3] Resulta curioso leer en el Catecismo que “la transmisión del pecado original es un misterio que no podemos comprender plenamente”. ¡Más que un misterio es todo un absurdo! Un absurdo de lo más pernicioso…
[4] Gén. 3, 1-24.
[5] Llama la atención lo que opinaban algunos santos Padres de la Iglesia sobre la mujer. Para San Juan Crisóstomo, la mujer es un mal de la naturaleza pintado de bellos colores. Según San Agustín, la mujer es un ser inferior y no está hecha a imagen y semejanza de Dios. Para Tertuliano, es la puerta del diablo. Y para San Ambrosio, la mujer es fuerte en el vicio y daña la valiosa alma del varón. Podría poner más ejemplos, pero creo que son suficientes estos cuatro para hacernos una precisa idea.
[6] Los pecados de la Iglesia (Edit. Martínez Roca), pág. 259.
[7] Publicado en España por la Edit. Planeta (1998).
[8] En el siglo XVII ya un teólogo comenzó a mostrarse muy crítico con las posesiones diabólicas, a las que veía como enfermedades mentales. Rara avis... Se trató del padre Thyreus, autor de Demoniaci, hoc est de obsessis a spiritibus daemoniorum hominibus (1603).

lunes 16 de febrero de 2009

DIOS Y EL PROBLEMA DEL MAL

Es tan débil el argumento de la existencia de Dios que cualquier mínimo razonamiento basado en el sentido común lo anula por completo. Es lo que hizo el gran filósofo griego Epicuro (341 a.C.-270 a.C.), cuyas reflexiones giraban muchas veces en torno a cómo podía el hombre alcanzar la felicidad y huir de las desdichas. Durante sus meditaciones, solía preguntarse cómo puede compatibilizarse la existencia del mal en el mundo con la idea de un dios todopoderoso y misericordioso. Este laberíntico problema metafísico lo despachó de una forma muy ingeniosa. Es lo que se conoce como "Paradoja de Epicuro":

1) Dios quiso eliminar el mal y no pudo.
2) Dios pudo eliminar el mal y no quiso.
3) Dios ni quiso ni pudo.
4) Dios quiso y pudo.
En el caso 1, Dios es impotente, lo que contradice su omnipotencia.
En el caso 2, Dios es malvado, lo que contradice su bondad suma.
En el caso 3, Dios es impotente y malvado a la vez,
lo que contradice su omnipotencia y bondad.
En el caso 4, si Dios quiere y puede acabar con el mal, ¿porqué no lo elimina? En este caso Dios es incoherente, lo que contradice su perfección.
Conclusión caso 1: si Dios no es omnipotente no es Dios, ergo Dios no existe.
Conclusión caso 2: si Dios no es bondadoso no es Dios, ergo Dios no existe.
Conclusión caso 3: si Dios no es omnipotente ni bondadoso no es Dios,
ergo Dios no existe.
Conclusión caso 4: si Dios no es perfecto no es Dios, ergo Dios no existe.

El físico Víctor Stenger, en su obra ¿Existe Dios? El gran enigma (2008), emplea una táctica similar para negar la existencia de un creador perfecto:

1. Si Dios existe, entonces Dios es perfecto.
2. Si Dios existe, entonces Dios es el creador del universo.
3. Si un ser es perfecto, entonces todas sus creaciones deben ser perfectas.
4. Pero resulta que el universo no es perfecto.
5. Por lo tanto, es imposible que un ser perfecto sea el creador del universo.
6. Consecuentemente, es imposible que Dios exista.

Rogelio H. de Ibarreta, en su excelente obra desmitificadora La religión al alcance de todos (1887), también ofrecía sus argumentos lógicos para cuestionar los presuntos atributos divinos:

"Si Dios no puede destruir al diablo, no es todopoderoso; si no quiere, no es infinitamente bueno, permitiendo que el diablo, con sus tentaciones, nos haga pecar; si le conserva para probar a los hombres, no es infinitamente sabio, puesto que necesita de esta prueba para saber quién puede resistir a la tentación y quién no; y, por último, si se nos dice que el libre albedrío permite hacer al hombre lo que Dios no puede prever, resulta que no conoce el futuro".

Mientras que el filósofo Theodore Drange lo hace del siguiente modo:

1. M
uy probablemente, si Dios tuviera que existir, habría pruebas objetivas y concluyentes de su existencia.
2. Pero no hay pruebas objetivas y concluyentes de su existencia.
3. Por lo tanto, lo más probable es que Dios no exista.

Cuando miramos a nuestro alrededor y observamos el sufrimiento, el dolor y la enfermedad que contínuamente acechan al hombre,
¿es posible pensar que existe un dios incapaz de evitar esta situación? ¿no está en sus manos hacer de este mundo un lugar mejor?... No nos extraña que Epicuro dedujera de su análisis la inexistencia de Dios antes que aceptar su indiferencia. A la pregunta de por qué Dios no creó un mundo tan perfecto que en él no pudiera existir ningún mal, el Catecismo responde:

“En su poder infinito, Dios podría siempre crear algo mejor. Sin embargo, en su sabiduría y bondad infinitas, Dios quiso libremente crear un mundo ‘en estado de vía’ hacia su perfección última (…) Los ángeles y los hombres, criaturas inteligentes y libres, deben caminar hacia su destino último por elección libre y amor de preferencia. Por ello pueden desviarse. De hecho pecaron. Y fue así como el mal moral entró en el mundo (…) Dios no es de ninguna manera, ni directa ni indirectamente, la causa del mal moral. Sin embargo, lo permite, respetando la libertad de su criatura, y, misteriosamente, sabe sacar de él el bien” (Cap. 1º, párrafo 4, V, 310-311).

¡Pues en menudo juego macabro nos ha metido Dios sin pedirnos permiso!... Si un Dios bondadoso permite el mal, por mucho libre albedrío que nos haya dejado para optar por el bien, dice muy poco de su presunta bondad. Y si para colmo crea la figura del diablo cuyo único fin es tentarnos, su negativa influencia sobre nosotros necesariamente desequilibrará la balanza de ese supuesto libre albedrío que tenemos para deambular por este mundo. Tengamos presente que una mayoría de creyentes están convencidos de que el mal que existe en el mundo se debe al nefasto influjo del diablo. De ser así, ¿somos culpables de la situación por la que atraviesa el mundo o lo es Dios por permitir que exista el mal y para colmo un oscuro ente sobrenatural que lo propicia?... "Pretendo que el mal moral es tan imputable a Dios como el mal físico, puesto que si Dios existe, es el que ha ordenado la organización del mundo moral como la del mundo físico y que, en consecuencia, el hombre, víctima del mal moral como del mal físico, no es ni más ni menos responsable del uno que del otro", sostiene Sèbastien Faure en Doce pruebas que demuestran la inexistencia de Dios (1926).

Es normal, pues, que mucha gente se pregunte: ¿Dónde está Dios cuando más se le necesita? ¿Se mantiene impasible ante nuestros problemas? ¿Juega al escondite por algún motivo especial? ¿No se ausenta demasiado de sus hijos? ¿Dónde está su infinita misericordia y bondad?... “Si Dios existiera, debería hacerse ver o sentir más”, declara el filósofo André Comte-Sponville. La idea de un Dios que se oculta es inconciliable con la idea de un Dios Padre. Y hace que la misma idea de Dios sea contradictoria: semejante Dios no podría ser Dios”. Sin duda, la existencia del mal ha significado un gran quebradero de cabeza para los creyentes en un Dios justo y bondadoso. Resulta incomprensible para muchas personas que Dios permita el mal, el sufrimiento y tantas injusticias, por mucho que los teólogos pretendan tener respuestas a una cuestión nada baladí. Lo que ocurre es que se trata de un tema que no tiene ninguna respuesta válida y coherente desde el mundo de la fe religiosa. Las explicaciones (o “contorsiones metafísicas” en palabras del filósofo ateo Michael Onfray) ofrecidas por los teístas, aparte de absurdas, son de una infantilidad aplastante. Suponiendo que Dios existe -que ya es mucho suponer- y que, pese a su infinito poder, prefirió crear este mundo tan imperfecto, donde la infelicidad campa a sus anchas, cabe preguntarnos si actuó así por ineptitud o por mala leche... Los creyentes, que lo justifican todo, dicen que Dios nos ha reservado lo bueno para la otra vida ¡pero sólo si hemos seguido obedientemente sus preceptos!... En fin, como idea consoladora parece que funciona. A muchos le sirven para tirar hacia delante, con sus desgracias a cuesta. Pero si realmente fuese así ¡qué gran canallada!... Nuestra existencia aquí se debería a una gran jugarreta cósmica que no tendría otro fin sino la evolución a base de sacrificio y sufrimiento. No, no entra en mi lógica... Haciendo un balance histórico del comportamiento de la humanidad, parece más bien que somos un invento fallido. En ese caso habría que preguntar a Dios dónde dejó su omnipotencia cuando decidió crear al Hombre. ¿De veras fuimos hechos a su imagen y semejanza?... Con razón dijo el escritor Jules Renard: “Desconozco si Dios existe, pero sería mejor para su reputación que no existiera”...

jueves 12 de febrero de 2009

EL CEREBRO FÓSIL DE LOS CREACIONISTAS

Hoy, 12 de febrero de 2009, celebramos el bicentenario del nacimiento del naturalista inglés Charles Robert Darwin (1809-1882), padre de la teoría de la evolución, según la cual todas las especies de seres vivos han ido evolucionando a partir de un ancestro común, mediante un complejo mecanismo de selección natural. Su descubrimiento revolucionó no sólo el campo de la biología ("nada tiene ya sentido en biología excepto bajo el prisma de la evolución", postulaba el genetista Theodosius Dobzhansky), sino prácticamente de todas las ciencias. Ya la naturaleza y los seres vivos -incluido el hombre- no volverían a observarse con los mismos ojos. Y lo más grave de todo: la teoría venía a cuestionar los fundamentos religiosos de la Creación. En su obra El origen de las especies (1859), fruto de su ardua labor científica y de su viaje de exploración durante cinco años a bordo del Beagle, Darwin afirma: "Estoy completamente convencido de que las especies no son inmutables y de que las que pertenecen a lo que se llama el mismo género son descendientes directos de alguna otra especie, generalmente extinguida, de la misma manera que las variedades reconocidas de una especie son los descendientes de ésta. Además, estoy convencido de que la selección natural ha sido el medio más importante, si bien no el único, de modificación". El evolucionismo pronto se difundió por todo el mundo y fue considerado una de las bases más sólidas de la ciencia moderna (teniendo una profunda repercusión social, política y ética). Darwin, a su vez, se convertía en uno de los científicos más sobresalientes de todos los tiempos. Sin embargo, no todos aceptaron la teoría de la evolución con el mismo convencimiento que, por ejemplo, Thomas Huxley (apodado el "bulldog de Darwin"). Los detractores no se hicieron esperar. Muchos creyentes -entre ellos, prominentes científicos- no estaban de acuerdo en defender la idea de que el hombre proviene, junto con las demás especies animales, de un antepasado común. Seríamos, por tanto, un mamífero primate, pariente cercano del simio. Y es que surgimos del mismo tronco que ellos -de hecho, compartimos el 98% de los genes-, pero tomamos caminos evolutivos separados hace más de 15 millones de años. Obviamente, estas ideas atentaban contra lo más sagrado: el hombre, según la fe cristiana, es un ser inteligente creado independientemente del resto de criaturas, superior a todas ellas y hecho a imagen y semejanza de Dios. En el Génesis bíblico, podemos leer lo que dijo Yahvé (por cierto, ¿alguien estuvo presente para tomar nota?): "Hagamos al hombre a nuestra imagen, según nuestra propia semejanza. Domine sobre los peces del mar, sobre las aves del cielo, sobre los ganados, sobre las fieras campestres y sobre los reptiles de la tierra" (Gén. 1, 26). Según el riguroso testimonio bíblico, Dios formó al hombre del polvo de la tierra y le insufló en sus narices un hálito de vida, convirtiéndose así en un ser viviente. Pero Yahvé, que está en todo, pensó que el hombre no sería muy feliz teniendo únicamente como compañeros a los animales. Así, varios versículos más adelante leemos: "Entonces Yahvé Dios hizo caer sobre el hombre un sueño letárgico, y mientras dormía tomó una de sus costillas, reponiendo carne en su lugar; seguidamente de la costilla tomada al hombre formó Yahvé Dios a la mujer y se la presentó al hombre" (Gén. 2, 21-22). ¡Además de creador del universo y de la vida, gran cirujano y mejor prestidigitador! No me extraña que al séptimo día descansara...

Bromas aparte, lo cierto es que todo ello provocó intensos debates entre científicos, filósofos y teólogos. Ciencia y religión volvían a verse las caras. Una discusión que continúa hoy vigente, a pesar de que el evolucionismo, aún a falta de ciertos reajustes, es una teoría -yo hablaría mejor de modelo- perfectamente estructurada y respaldada por multitud de evidencias, sin necesidad de recurrir a ningún acto divino para explicar el origen de las distintas especies de seres vivos que habitan la Tierra. Pruebas halladas no sólo mediante el estudio de los fósiles -que confirman sin lugar a dudas el lento pero gradual paso evolutivo de una determinada especie a otra-, sino también por las similitudes de la composición química de todas las formas biológicas -el ADN es la "huella digital" de todo ser vivo, tanto vegetal como animal- o las coincidencias tan significativas que presentan los embriones en su etapa inicial de desarrollo, quedando demostrado el parentesco entre todos los seres vivos. Recordemos que nosotros tenemos arcos branquiales durante la fase embrionaria, igual que otros vertebrados terrestres. Eso significa sencillamente que los peces son nuestros antecesores. "Ahondando aún más en estas similitudes morfológicas -explica el biólogo Benjamín Fernández-, si observamos el esqueleto de un brazo humano y lo comparamos con la pata anterior de un caballo y el ala de un murciélago, por ejemplo, notaremos que, aun tratándose de especies muy distintas, presentan una estructura similar, que permite deducir la existencia de antepasados comunes". Por tanto, está claro que las explicaciones naturalistas arrojan luz suficiente para explicar la evolución de la vida y el origen del hombre. Pero ahí están los creacionistas, inventándose mil estrategias para convencer al gran público de que forzosamente tuvo que existir una intervención sobrenatural que pusiera en marcha la sofisticada maquinaria biológica (formada por 30 millones de especies).

En EE.UU. intentan, por todos los medios, que se impartan clases de creacionismo en las escuelas públicas, y que queden arrinconadas las teorías darwinistas (hasta hace cuarenta años no fueron legalmente aceptadas para su enseñanza por la Corte Suprema de EE.UU.). El asunto ha sido llevado varias veces a los tribunales, teniendo gran repercusión mediática (como ocurrió hace cuatro años en Dover, Pensilvania, donde el juez John E. Jones sentenció con criterio razonable que la enseñanza creacionista es inconstitucional). Y es que la sociedad americana está dividida, si bien el número de ciudadanos que aún creen en el relato bíblico de la Creación es superior a los que defienden el evolucionismo. Normal en una nación de mayoría creyente, en la que tanta implantación tienen las sectas protestantes lideradas por exaltados telepredicadores, que tanto se codean con los principales líderes políticos, presidentes incluidos. Es más, entre dichos fundamentalistas todavía hay quien está convencido de que la Creación tuvo lugar hace unos seis mil años y se llevó a cabo en sólo seis días, sin tener en cuenta los registros fósiles de hace millones de años o diciendo que son los restos de los organismos que perecieron a causa del diluvio universal (en el siglo XVII, el clérigo anglicano James Usher se atrevió a poner fecha exacta a la Creación: 23 de octubre de 4004 a.C.). Sin embargo, un nutrido grupo de creacionistas modernos, algunos con una buena formación científica, consideran que es insostenible tomar al pie de la letra el relato del Génesis. Defienden más bien la idea de que hubo un "diseñador inteligente" -que no es otro sino Dios-, que creó la vida, y que luego dejó que evolucionara por sí misma hacia formas más complejas, interviniendo en algunas ocasiones para mejorar los resultados. De este modo nació hace poco más de veinte años la teoría del "diseño inteligente" -inspirada, de alguna forma, en el "argumento del diseño" desarrollado en 1802 por el teólogo británico William Paley- y que no es más que creacionismo disfrazado de cientificismo, para así lograr con éxito su propósito de penetrar con más fuerza en la sociedad y, sobre todo, en el mundo académico. Esa es su gran batalla: ganar credibilidad científica. Por eso, en cualquier mínima fisura que presente la teoría de la evolución, rápidamente los creacionistas colocan a su "Diseñador Cósmico". Es lo que hace Michael Behe, autor de La caja negra de Darwin (1996), cuando afirma que la complejidad aparentemente irreductible de ciertas estructuras bioquímicas no se puede lograr a través de la evolución. Y cita como ejemplo el flagelo giratorio de ciertas bacterias. Así es como celebran sus pequeñas pero inciertas glorias, pues suelen durar poco, la verdad (el complejo sistema del flagelo está perfectamente explicado por la evolución y pudo haber tenido una funcionabilidad distinta a la actual cuando le faltó algunos de sus componentes). Y es que enfrente, vigilándoles, tienen a otro gran "bulldog de Darwin": el biólogo británico Richard Dawkins, autor de El gen egoísta (1976) y otras muchas obras fundamentales sobre evolucionismo. Desde su firme posición atea, abandera una lucha científica cuyo objetivo es acabar con la falacia creacionista. "El diseño inteligente no tiene evidencia en sí mismo, pero crece como la mala hierba en los vacíos que deja el conocimiento científico", asegura. Sus sólidos argumentos darwinistas y su dilatada experiencia como etólogo, deja siempre entre las cuerdas a sus oponentes, que ya ven como única opción ridiculizarle, amenazarle o insultarle públicamente, a falta de razonamientos científicos con los que defender sus descabelladas ideas. La derrota está clara, pero los creacionistas no se rinden jamás, convencidos de que somos seres especiales, creados por una divinidad, no un mero producto del azar que apareció inesperadamente en una de las múltiples ramas evolutivas. Y lo mismo organizan congresos, que asisten a debates televisivos o montan museos itinerantes donde podemos ver al hombre coexistiendo felizmente con los dinosaurios. La ignorancia, mezclada con la fe ciega, se permite esos atrevimientos...

Como producto de la selección natural -y de determinadas mutaciones genéticas-, entiendo que no seamos perfectos, ni biológica ni anatómicamente. Existen serios fallos evolutivos que nos han complicado las cosas, como por ejemplo la reproducción sexual, con sus múltiples desventajas. Aún así, la evolución -que no persigue ninguna finalidad, dicho sea de paso- lo ha hecho lo mejor posible (y lo seguirá haciendo, pues la evolución no ha cesado). Y, en ese sentido, hay que reconocer su eficacia para la supervivencia. Pero si hubiésemos sido diseñados por un Dios, entonces he de admitir que es un "chapuzas" por no realizar su trabajo con más precisión y no haber previsto todos esos fallos. Ni siquiera nuestro ojo es un instrumento óptico perfecto. "La evolución se mostró chapucera con los vertebrados, en los que la retina está colocada al revés, debajo de las fibras nerviosas y los capilares, que han de ser inútilmente atravesados por la luz antes de impactar en los fotorreceptores. Otra sorprendente chapuza, consecuencia de la anterior, estriba en que el nervio óptico no se forma (como sería de esperar) detrás de la retina, de donde podría ir directamente al cerebro, sino delante, por lo que ha de abrirse paso a través de la retina por un agujero (el disco óptico, correspondiente al punto ciego del campo visual) para pasar al otro lado. Al final, todos estos defectos se neutralizan y el ojo funciona, pero no es precisamente un paradigma de buen diseño", aclara el catedrático de Filosofía Jesús Mosterín. Recordemos también los órganos vestigiales o atrofiados que presentan ciertas especies y que no tienen la menor utilidad. O las dificultades de la mujer para parir. O los obstáculos para respirar cuando comemos. O que los aparatos reproductor y excretor compartan los mismos órganos. O los dolores de espalda que sufren tantas personas (tal vez, aún no estemos bien adaptados para caminar totalmente erguidos sobre dos piernas). Por tanto, como creador omnipotente y omnisciente, dejaría mucho que desear. Y si hemos sido hechos a imagen y semejanza suya, ¿qué pensar entonces de él?... Para mí, ese ya es un argumento más que suficiente para cuestionar totalmente las ideas creacionistas y la existencia de Dios.

Para acabar este merecido homenaje a Darwin, quisiera recordar unas palabras suyas que fueron censuradas en buena parte por su creyente esposa Emma Wedgwood, antes de salir a la luz la autobiografía del naturalista en 1877 (ahora ha sido recuperada íntegramente y publicada por la editorial Laetoli):

"Nadie discute que en el mundo hay mucho sufrimiento. Por lo que respecta al ser humano, algunos han intentado explicar esta circunstancia imaginando que contribuye a su perfeccionamiento moral. Pero el número de personas en el mundo no es nada comparado con el de los demás seres sensibles, que sufren a menudo considerablemente sin experimentar ninguna mejora moral. Para nuestra mente, un ser tan poderoso y tan lleno de conocimiento como un Dios que fue capaz de haber creado el universo es omnipotente y omnisciente, y suponer que su benevolencia no es ilimitada repugna a nuestra comprensión, pues ¿qué ventaja podría haber en los sufrimientos de millones de animales inferiores durante un tiempo casi infinito? Este antiquísimo argumento contra la existencia de una causa primera inteligente, derivado de la existencia del sufrimiento, me parece sólido; mientras que, como acabo de señalar, la presencia de una gran cantidad de sufrimiento concuerda bien con la opinión de que todos los seres orgánicos han evolucionado mediante variación y selección natural".

Para saber más:

- Darwin en la Wikipedia:

- Interesantes artículos de Richard Dawkins:

- El evolucionismo gana la primera batalla contra el creacionismo (El Mundo, 21-12-05):

- Dios contra Darwin (El País, 10-05-07):

- Richard Dawkins nos explica los procesos evolutivos de los seres vivos (vídeo):

- "Darwin en Sevilla 2009" (Jornadas conmemorativas del 200 aniversario de Darwin):

lunes 9 de febrero de 2009

LA AUSENCIA DE DIOS

Ayer domingo, durante la celebración del Ángelus, el papa Benedicto XVI afirmó que "la peor enfermedad del hombre es la ausencia de Dios". Pues que se lo recrimine al mismísimo Dios, porque efectivamente siempre ha permanecido ausente del hombre, no dando jamás muestra de su existencia. Si Dios existe, ¿qué hace mientras ve el sufrimiento del hombre? ¿Dónde está su infinita misericordia? ¿No pudo haber creado un mundo mejor? ¿Realmente podemos presumir de ser producto de una creación divina?... No, señor Ratzinger. La verdadera enfermedad del hombre no es la ausencia de Dios, sino la fe en Dios. Esa fe que sólo ha traido divisiones, enfrentamientos, persecuciones, torturas, crímenes y otras actitudes fanáticas, muy alejadas de la paz que personajes como usted -erigido en portavoz celestial- tanto proclaman, pero que nunca llevan a la práctica con sus incendiarias y reaccionarias declaraciones, tan alejadas del pensamiento moderno y tan cercanas a la época de Trento. Este papa, que en el fondo no deja de ser un cachondo mental por no decir otra cosa peor, ha buscado ahora una buena estrategia para mantener aún vivo su ya debilitado corpus doctrinal. La fe está en crisis en todo occidente. La razón va ganándole terreno. Es evidente que el creacionismo es una falacia, y no digamos la idea de la Santísima Trinidad, la virginidad de María y demás elucubraciones teológicas, absurdos dogmas que durante muchísimos siglos han estado anclados en el imaginario colectivo. El prelado romano sabe que con rehabilitar a Galileo y a Darwin no es suficiente. ¿Qué hacer entonces? Proclamar que la fe puede ir de la mano de la razón, algo que ya intentó su predecesor Juan Pablo II en ese panfleto llamado Fides et Ratio, carta encíclica que nos recordaba unas palabras condenatorias del Concilio Vaticano I: "No sólo se prohíbe a los fieles cristianos defender como legítimas conclusiones de la ciencia las opiniones que se reconocen como contrarias a la doctrina de la fe, sobre todo si han sido reprobadas por la Iglesia, sino que están absolutamente obligados a tenerlas más bien por errores que ostentan la falaz apariencia de verdad" (Const. dogm. Dei Filius, sobre la fe católica, IV: DS 3018).

Exacto. Eso es lo que pretende Ratzinger. Quiere que la fe y la razón vayan de la mano, pero como va de la mano el niño de su padre. La fe sería el padre y la razón el hijo, dejándose llevar por el adulto, que es quien sabe caminar y posee la experiencia. La fe nunca reconocerá sus errores frente a los aciertos de la razón. Eso jamás. La revelación divina está por encima de toda comprobación científica. Y aunque los argumentos bíblicos hayan sido rebatidos una y otra vez, no pasa nada. La fe los mantiene en vigor. Dios tiene sus propias reglas, aunque sean contrarias a las premisas científicas. Las leyes teológicas superan las leyes de la naturaleza, aunque la observación y la experimentación digan lo contrario. Pero, paradójicamente, afirma el papa que Dios no es contrario a la razón, sino que es el hombre quien utiliza una razón contraria a Dios. Y eso es lo que intenta inculcar a los científicos, atrayéndoles primero mediante una rebuscada argumentación filosófica sobre las virtudes de la razón cuando se abre fraternalmente a la fe -echando mano, como era de prever, de la teología escolástica-, para luego decirles que urge salvar la fe de la exclusión de lo divino. "Occidente, desde hace mucho, está amenazado por esta aversión a los interrogantes fundamentales de su razón, y así sólo puede sufrir una gran pérdida. La valentía para abrirse a la amplitud de la razón, y no la negación de su grandeza, es el programa con el que una teología comprometida en la reflexión sobre la fe bíblica entra en el debate de nuestro tiempo", explicaba el santo padre ante los representantes de la ciencia en el Aula Magna de la Universidad de Ratisbona (12-09-2006).

Y algunos intelectuales han picado el anzuelo. Es el caso del filósofo materialista y ateo Gustavo Bueno. Precisamente estos días estoy leyendo el libro Dios salve la razón (Edit. Encuentro, 2008), donde varios autores, entre ellos el propio pontífice y el citado profesor asturiano, dan buena cuenta de los beneficios obtenidos por la razón gracias al Dios cristiano. No salgo de mi asombro cuando se refieren a esa presunta racionalidad de la fe. Como si los argumentos a favor de la existencia de Dios no hubiesen sido ya refutados (no es necesario citar las cinco débiles pruebas defendidas por Tomás de Aquino o el absurdo argumento ontológico de Anselmo de Canterbury). O como si la Ilustración no hubiese puesto la fe y la razón en los lugares que verdaderamente les corresponden a cada una. El propio Bueno reconoce que "la cuestión estriba en la dificultad de reconocer, desde el materialismo filosófico, la posibilidad misma de una racionalidad que haya de ser salvada de una supuesta degeneración original y constante, la posibilidad de dar algún sentido a esa "degeneración de la razón natural humana", y a la supuesta necesidad de algún tipo de ayuda externa que sea capaz, si no ya de regenerarla totalmente, sí al menos de salvarla de su destrucción total". ¿Entonces?... ¡Ah! Señala que el cristianismo se opuso a las supersticiones. ¿Acaso la ciencia no se ha opuesto a la superstición del cristianismo? Ahí están los postulados evolucionistas dejando en evidencia a los postulados creacionistas, por ejemplo. O las absurdas concepciones geocéntricas defendidas en su día por la religión cristiana, basándose en la Biblia, y que fueron puestas en evidencia por la ciencia astronómica de Copérnico, por muy clérigo que fuera. Y si la razón sin la fe está desembocando en el nihilismo y el relativismo, como advierten los siempre catastrofistas jerarcas del Vaticano, que consideran una terrible desgracia el proceso de descristianización que sufre Europa, ¡pues bienvenidos sean el nihilismo y el relativismo!... Europa sabe caminar sin la fe católica, de eso no tengo la menor duda. Es la Iglesia la que no sabe caminar en una Europa laica y cada vez más escéptica.

La ausencia de Dios no es una enfermedad. Es síntoma de buena salud. Es síntoma de libertad, de pensamiento racional, de progreso científico y de deconstrucción de antiguas falacias teológicas. Ojalá esa ausencia de Dios no se diera sólo en occidente. Ojalá esa ausencia de Dios se experimentara, sobre todo, en aquellos paises azotados por los horrores de la fe, culpable -ésta sí- de terribles desgracias... No me extraña que el biólogo británico Richard Dawkins, destacada figura del activismo ateo, declare que "la fe puede ser muy, muy peligrosa, e implantarla deliberadamente en la vulnerable mente de un niño inocente es un error de extrema gravedad". ¡Cuánta razón tiene!...

domingo 8 de febrero de 2009

RUSSELL Y LA RELIGIÓN

Hace escasos días, exactamente el pasado 2 de febrero, se cumplía el trigésimo noveno aniversario de la muerte del gran filósofo británico Bertrand Russell (1872-1970), una de las mentes más brillantes del siglo XX. Su longeva existencia le permitió llevar a cabo una fructífera labor intelectual, siendo precursor de la llamada Filosofía Analítica, que influyó notablemente en diversos campos del conocimiento, como la lógica, la epistemología y las matemáticas. Muestra de ello son sus obras Principios de las matemáticas (1903) y Los problemas de la filosofía (1911). Se formó en el Trinity College de la Universidad de Cambridge y pronto destacó por su enorme inteligencia y capacidad para abordar los asuntos que más preocupan al ser humano. Fue un prolífico escritor, además de un comprometido pacifista (su activismo antibélico le llevó a la cárcel un par de ocasiones). Impartió clases y conferencias en diversas universidades, Cambridge y Harvard entre otras. En 1950 obtuvo el premio Nobel de Literatura. Levantó mucha polémica su defensa de la promiscuidad sexual y de las relaciones extramatrimoniales (las llevó a la práctica), así como sus revolucionarios métodos de enseñanza infantil. Como buen inconformista, mantuvo en todo momento una actitud crítica ante los tradicionalismos socioculturales. Con esos rasgos personales, que a nadie dejaba indiferente, no era de extrañar su posicionamiento ateo y su feroz juicio hacia la religión, a la que consideraba una forma de superstición. Cuando leí su obra Por qué no soy cristiano (1927), descubrí enseguida que estaba ante uno de los autores que mejor ha radiografiado el fenómeno religioso, por su riguroso análisis sobre la nefasta influencia del cristianismo en la historia de la civilización occidental. Sus acertados argumentos racionalistas en contra de la existencia de Dios son dificilmente refutables. Así era Russell, gran defensor de la razón e implacable detractor de las proposiciones teológicas y metafísicas.

He aquí algunas de sus afirmaciones más jugosas (y heréticas):

- "Creo que todas las grandes religiones del mundo son a la vez falsas y dañinas".

- "La condenación católica del control de la natalidad, si prevaleciese, haría imposible la mitigación de la pobreza y la abolición de la guerra".

- "Resulta asombroso que la gente pueda creer que este mundo, con todas las cosas que hay en él, con todos sus defectos, sea lo mejor que la omnipotencia y la omnisciencia han logrado producir en millones de años. Yo realmente no puedo creerlo".

- "Lo que realmente hace que la gente crea en Dios no son los argumentos intelectuales. La mayoría de la gente cree en Dios porque le han enseñado a creer desde su infancia, y ésa es la razón principal".

- "Toda esta doctrina, que el fuego del infierno es un castigo por haber pecado, es una doctrina de crueldad. Es una doctrina que trajo la crueldad al mundo y dio al mundo generaciones de cruel tortura; y el Cristo de los Evangelios, si se acepta tal como lo representan sus cronistas, tiene que ser considerado en parte responsable de eso".

- "A mí me parece que la gente que se ha acogido a la religión cristiana es, en su mayoría, extremadamente mala. Se da este hecho curioso: cuanto más intensa ha sido la religiosidad de cualquier período, y más profunda la creencia dogmática, han sido mayor la crueldad y peores las circunstancias".

- "Todo progreso moral realizado en el mundo, ha sido obstaculizado constantemente por las Iglesias organizadas. Afirmo deliberadamente que la religión cristiana, tal como está organizada en iglesias, ha sido, y es aún, la principal enemiga del progreso moral del mundo".

- "La religión se basa, principalmente, a mi entender, en el miedo. El miedo es la base de todo: el miedo a lo misterioso, el miedo a la derrota, el miedo a la muerte. El miedo es el padre de la crueldad y, por lo tanto, no es de extrañar que la crueldad y la religión vayan de la mano".

- "La ciencia puede ayudarnos a librarnos de ese miedo cobarde con el que la humanidad ha vivido durante tantas generaciones. La ciencia puede enseñarnos a no buscar ayudas imaginarias, a no inventar aliados celestiales, sino más bien a hacer con nuestros esfuerzos que este mundo sea un lugar habitable, en lugar de ser lo que han hecho de él las Iglesias en todos estos siglos".

- "Mi punto de vista ante la religión es el de Lucrecio. La considero como una enfermedad nacida del miedo y como una fuente de indecible miseria para la raza humana".

- "El mundo, según se nos dice, fue creado por un Dios que es a la vez bueno y omnipotente. Antes de crear el mundo, previó todo el dolor y la miseria que iba a contener; por lo tanto, es responsable de ellos (...) Si Dios sabía de antemano los crímenes que el hombre iba a cometer, era claramente responsable de todas las consecuencias de esos pecados cuando decidió crear al hombre. El argumento cristiano usual es que el sufrimiento del mundo es una purificación del pecado y, por lo tanto, una cosa buena. Este argumento es, claro está, sólo una racionalización del sadismo".

- "Es cierto que el cristiano moderno es menos tajante, pero no se debe al cristianismo; se debe a las generaciones de librepensadores que, desde el Renacimiento hasta el día de hoy, han conseguido avergonzar a los cristianos de muchas de sus creencias tradicionales".

- "Los defensores de la moralidad tradicional rara vez son gente de corazón amable, como puede verse por el amor al militarismo que demuestran los dignatarios de la Iglesia".

- "Yo no creo que la moral dependa de la religión tanto como cree la gente religiosa. Incluso creo que algunas virtudes importantes suelen darse más entre los que rechazan los dogmas religiosos que entre los que los aceptan".

- "La afirmación de que el cristianismo ha tenido una influencia moral positiva sólo se puede mantener ignorando o falsificando la prueba histórica".

- "Por mi parte, creo que las virtudes más importantes son la inteligencia y la bondad. La inteligencia está obstaculizada por todos los credos, cualesquiera que sean, y la bondad está inhibida por la creencia en el pecado y el castigo".

- "Creo que la decadencia de la fe dogmática sólo puede hacer bien (...) Lo que el mundo necesita no es dogma, sino una actitud de investigación científica".

miércoles 4 de febrero de 2009

¿VIDA INDIGNA O MUERTE DIGNA?

El fanatismo religioso se ha cobrado millones de vidas humanas a lo largo de la historia. En nombre de Dios se han cometido auténticas masacres. De eso sabe bastante la Iglesia Católica. No vamos a recordar ejemplos de sus barbaries. Cualquier persona que haya buceado un poco en la historia las conoce. Sin embargo, esas muertes indignas jamás preocuparon al Vaticano. Fueron cometidas en defensa de la fe, que lo justifica todo. Lo que sí preocupa a la curia romana es la eutanasia. Esa misma fe que muchas veces asesina -y que incluso acepta la pena de muerte (Catecismo de la Iglesia Católica, 2267)-, se opone sin embargo a la muerte digna. La eutanasia es un crimen para la Iglesia. Curiosa paradoja...

El sufrimiento siempre fue para el cristianismo un medio con el que purificar el espíritu. El mártir, con su muerte expiatoria, alcanzaba la gloria celestial ipso facto. En este valle de lágrimas, venimos para sufrir. Más sufres, más te ama Dios. Más mortificas tu cuerpo, más elevas tu espíritu. Jesús sufrió por nosotros, ergo nosotros hemos de sufrir por él. Como bien indica Fernando de Orbaneja, "lo que le interesa a la Iglesia es implantar la psicología del padecimiento y de la pobreza, según la cual el destino del hombre es sufrir y aguantar". Por su parte, la inquisición sirvió también para purificar las almas pecadoras. Las torturas fueron el medio más eficaz para purgar aquellas faltas condenadas por los severísimos jueces eclesiásticos. Los inquisidores creían hacer un gran bien. Estaban convencidos de que Dios aprobaba sus actos. La Iglesia actúa pensando más en Dios que en el hombre. Por eso, condena la eutanasia y bendice que una persona lleve una vida indigna, atada durante años a una máquina y sin posibilidad de curación. Está condenada a sufrir, porque así lo quiere Dios. No merece morir dignamente porque no es dueña de su vida, lo es Dios. Bueno, más bien lo es la Iglesia que afirma estar siempre asistida por el Espíritu Santo... Porque Dios nunca habla. Ya lo hace la Iglesia en su lugar. Ella decide -siguiendo una presunta moral divina que nos resulta tan incomprensible a quienes hacemos uso de la razón- que vivir indignamente es muchísimo mejor que morir dignamente. Y además, garantiza un lugar en el cielo...


Esa es la moral que se intenta imponer estos días en la persona de Eluana Englaro, italiana de 37 años que lleva 17 en coma vegetativo a causa de un accidente de tráfico, y que permanece unida a una máquina que la mantiene en vida (si a eso se le puede llamar vida)... Su familia ha decidido que ha llegado el momento de dar fin a esa terrible e irreversible situación. Ellos quieren lo mejor para ella, porque la aman de verdad. Y el Tribunal Supremo les ha dado la razón. Pero el Vaticano -apoyado por el gobierno de Berlusconi- ha saltado inmediatamente a la palestra, inmiscuyéndose en la vida privada y dolorosa de esta familia para advertirle que tal acto es condenable y anticristiano, moralmente inaceptable. Se erigen en amo y señor de la vida de los demás, como si les perteneciera. No quisiera yo verme algún día en la misma situación de Eluana, y tener a la Iglesia decidiendo por mi vida y a los fanáticos religiosos en las puertas de la clínica llamando asesinos a mis familiares y a los médicos que apoyan el cese de mi sufrimiento. Pero por si acaso, reivindico desde ya que mi familia y los médicos tienen la última palabra a la hora de decidir poner fin a mi vida, en caso de terminar en coma y atado a una máquina que me alimenta artificialmente, sin posibilidades de recuperación y destinado a un sufrimiento inhumano. Como ateo que soy, no pienso sufrir para cumplir los designios de un ente imaginario y caprichoso que ciertos señores han inventado para regir sus vidas. Que viva indignamente quien lo desee (es indiscutible que alargar la vida artificialmente lo es), que otros preferimos morir dignamente, sin pensar en falaces argumentos teológicos, sino únicamente en argumentos biológicos.

¿Cuándo dejará la Iglesia de imponer su moral antinatural en los demás?...

martes 3 de febrero de 2009

LA IGLESIA Y SUS DESPROPÓSITOS

De "blasfemia y una ofensa a los creyentes" han calificado los obispos españoles la campaña de los "buses ateos". ¡Tan tolerantes como siempre con la libertad de conciencia y la libertad de expresión!... Una campaña, por cierto, que peca de cualquier cosa menos de agresiva. Pues ya me dirán si eso de "Probablemente Dios no existe..." es un slogan ateo. Más bien es agnóstico ¿no creen? Tal vez, se utilizó esa frase y no otra más contundente ("Dios no existe") para no provocar demasiadas susceptibilidades (ya sabemos cómo se las gastan los fanáticos religiosos). Al margen de lo discutible que pueda ser dicha campaña, en principio sólo se pretendía con ella promover un debate que cada vez se hace más necesario en una sociedad pluralista y anunciar que los ateos también existimos y que tenemos derecho de poder manifestarlo públicamente (recordemos que en nuestro país los ateos, agnósticos e increyentes sumamos más de un 20%, es decir, ocho millones de ciudadanos). ¿O acaso sólo los creyentes pueden gozar del derecho a la libertad de expresión mientras que los ateos han de guardar silencio?... Está visto que la Iglesia, en su megalomanía de creerse en posesión de la "verdad absoluta" y acostumbrada a mantener un brutal proselitismo durante sus veinte siglos de existencia, no permite que otras voces discordantes o contrarias se manifiesten con plena libertad y en voz alta. Algunos fanáticos ultra-católicos, aleccionados por el comunicado incendiario de la Conferencia Episcopal en contra de la campaña atea, ya han intentado boicotear la publicidad aparecida en los autobuses de diversas localidades españolas, a veces hasta con violencia, pues ya se han registrado varios actos vandálicos en Barcelona. No hay que mirar a Oriente Próximo cuando hablamos de fundamentalismo religioso. Lo tenemos aquí mismo, en la España democrática, aconfesional y laicista (se supone). Y es que resulta muy dificil que los obispos españoles olviden esos cuarenta años de nacional-catolicismo que, arropados por el régimen franquista, les permitieron disfrutar de un control permanente del pueblo a golpe de rosario, oración, cara al sol, penitencia, amenaza de infierno eterno y obligada educación católica. Parece que siguen con la vieja costumbre de decirnos a todos -sí, a toda la sociedad en su conjunto, no sólo a los creyentes católicos-, qué es bueno y qué es malo, qué salva y qué condena, que es ético y qué es antiético. Por eso, les ha cabreado tantísimo la campaña atea, promovida primero en Londres y posteriormente exportada a varios paises, España entre ellos. Aquí, la legítima labor pública realizada por agrupaciones como la FIdA (Federación Internacional de Ateos) y la UAL (Unión de Ateos y Librepensadores), están siendo objeto de contínuos ataques y de injustificadas críticas por parte de ofendidos católicos y emisoras ultraconservadoras que no soportan opiniones en contra de la fe o de la existencia de Dios, como si sólo ellos tuviesen la respuesta última a tales cuestiones. Los obispos están muy escandalizados con estas libertades que algunos se toman. La teocracia tiene esas cosas... Quieren sumisas ovejas bajo su redil, no ovejas descarriadas. Pero el verdadero escándalo es que el Papa haya rehabilitado al obispo integrista inglés Richard Williamson, que cuestiona el holocausto nazi al sostener que ningún judío murió en las cámaras de gas, como es también un escándalo los abusos pederastas de 25 sacerdotes a 67 ex-alumnos de un internado para niños sordomudos en la ciudad italiana de Verona. Eso sí que es motivo de escándalo, no que los ateos salgan al escenario público, siempre amparados por las leyes constitucionales, para reivindicar lícitamente sus ideas anti-religiosas, por muy incómodas que resulten para muchos.
(Para mayor información: http://www.busateo.org/ )

lunes 2 de febrero de 2009

"CAMINO" ARRASÓ EN LOS GOYA


Era previsible que "Camino" fuese la triunfadora de la noche. Consiguió seis candidaturas, entre ellas a la mejor película, en la 23ª edición de los Goya de este pasado domingo 1 de febrero. El conmovedor film de Javier Fesser, que ahonda en cuestiones profundas como el amor, la fe, el sufrimiento y la muerte, aborda de forma muy realista la peligrosa influencia que la organización católica Opus Dei -calificada de secta destructiva por muchos especialistas y ex-adeptos- puede llegar a ejercer en aquellas familias de creyentes seguidoras de Escrivá de Balaguer. La película está inspirada en la vida de Alexia González-Barro, fallecida de un tumor canceroso el 5 de diciembre de 1985, a la edad de 14 años, y cuya familia, vinculada al Opus, espera ansiosa su beatificación (desde el 8 de mayo de 2000 está consignada la Positio super virtutibus en la Sagrada Congregación para las Causas de los Santos, en Roma).

El control de los sentimientos, la instrumentalización de las creencias, la esperanza en falacias ultraterrenas, el fanatismo religioso y la aceptación del dolor como factor salvífico y vía para la santidad, están magistralmente reflejados en esta gran película que recomiendo a todos.



domingo 1 de febrero de 2009

JESÚS: ¿UN MITO REINVENTADO?

Cuando se indaga en los orígenes del cristianismo, sobre todo en la gestación del mito de Jesús, se corre el riesgo de descubrir aspectos tremendamente incómodos para el creyente, aunque sumamente reveladores para el estudioso imparcial. La figura de Jesús, que fue historizándose progresivamente desde las epístolas de Pablo hasta el último de los evangelios, el de Juan, posee escasa originalidad en contra de lo que comúnmente se piensa. Al compararse con las leyendas de otros hombres-dioses pertenecientes a las religiones mistéricas que preceden al cristianismo, observamos un paralelismo demasiado sospechoso. Y eso solo tiene una explicación: los impulsores del mito de Jesús plagiaron astutamente elementos preexistentes en esas otras religiones para adaptarlos a la nueva religión. Desde su nacimiento milagroso hasta su resurrección, la vida de Jesús está inundada de eventos ya conocidos con anterioridad. No hay más que consultar los mitos de Osiris, Dionisos, Attis, Adonis, Mitra, Buda, Krishna, etc. Tal es así que muchos especialistas han dudado incluso de la existencia de Jesús, ya que al ser despojada su biografía de todos esos rasgos que le confieren divinidad, apenas queda nada para apoyar una posible historicidad. De hecho, ni los historiadores judíos y romanos de la época le citan, lo cual no deja de ser llamativo, máxime tratándose de un hombre que arrastró a las masas y realizó milagros tan maravillosos según narran los evangelios. “Es patente y manifiesto el silencio en la historiografía de su tiempo. El mundo no cristiano del ‘primer’ siglo ignoró a Jesús. Ningún historiador habló de él”, sostiene el teólogo alemán Karlheinz Deschner.

TEXTOS DUDOSOS

El mundo cristiano da por hecho que Jesús nació un 25 de diciembre de hace dos mil ocho años, de una madre virgen, que fue visitado por tres magos venidos de oriente y que se libró por muy poco de la persecución infanticida de Herodes. Pero ¿realmente ocurrieron las cosas así durante el presunto nacimiento del mesías?... Siendo los escritos de Pablo los más antiguos recogidos en el Nuevo Testamento y, por tanto, los más cercanos a la época de esos supuestos hechos, ¿porqué no hacen la menor mención de ellos? El tarsiota no se interesa por aspectos biográficos de Jesús. Tampoco por sus enseñanzas. Solo se centra en su crucifixión y resurrección, convirtiéndolas en fundamento de la salvación universal y eje de la fe cristiana.

Hay que señalar que los evangelios son muy escuetos a la hora de ofrecer datos sobre el nacimiento e infancia de Jesús. Solo dos, Mateo y Lucas, se ocupan superficialmente del asunto, aunque se contradicen entre sí. ¿No resulta extraño que Pablo y dos de los cuatro evangelistas pasen por alto un acontecimiento crucial como es el nacimiento milagroso de Jesús? Ni siquiera es fiable que Belén fuese el lugar donde nació, como aseguran los sinópticos. Todo parece indicar que se eligió dicha aldea para hacer cumplir la profecía veterotestamentaria que anunciaba la llegada del Mesías: “Y tú, Belén, pequeña eres entre los millares de Judá, mas de ti me saldrá aquel que ha de reinar en Israel” (Miq 5, 1). Sin embargo, en Juan leemos: “¿Viene acaso de Galilea el Cristo? ¿No dijo la Escritura que el Cristo ha de venir de la estirpe de David y de Belén, el pueblecito de donde era David?” (Jn.7,41-42). Hay tantas inexactitudes en los Evangelios que no solo hacen pensar que sus autores -que para nada son los que se aceptan tradicionalmente- no fueron testigos directos de los acontecimientos narrados, sino que ni siquiera se molestaron en recoger evidencias fiables sobre el personaje central de sus relatos. Los evangelios son una reconstrucción literaria mal hecha, tardía, con tremendas lagunas, repleta de plagios, errores, interpolaciones y falsificaciones, que invita más a la desconfianza que a la certeza. No son textos históricos, sino apologéticos. ¿Existe, por tanto, un personaje histórico al que se le ha añadido elementos mitológicos, o más bien un personaje mitológico al que se le ha añadido elementos históricos? La balanza parece inclinarse más bien por la segunda posibilidad. “No sólo no hay pruebas de su existencia, sino que todas las evidencias indican que es un personaje mitológico”, asegura la arqueóloga e historiadora Acharya S. en su voluminosa obra La Conspiración de Cristo.

Ni siquiera en algo tan fundamental como es la fecha del nacimiento hay consenso. Según Mateo, Jesús nació en tiempos de Herodes. Y este rey de Judea murió el año 4 a.C (750 de la fundación de Roma). En cambio, Lucas señala el nacimiento de Jesús durante el censo de Quirino, fechado el 6 d.C. Observamos, pues, una diferencia de diez años o más. Por otro lado, las dos genealogías que presentan ambos evangelistas -pretendiendo vincular a Jesús con el linaje real de David- son contradictorias también, aparte de que terminan en José, que no es padre de Jesús, si tenemos en cuenta que María tuvo a su hijo por mediación del Espíritu Santo, según la fe cristiana. El propio emperador Juliano dijo al respecto: “Ni siquiera el invento lo habéis hecho con habilidad, puesto que Mateo y Lucas se contradicen en la genealogía de Jesús”.

Por otro lado, el episodio de la matanza de los inocentes es totalmente inverosímil. Hoy pocos estudiosos serios ponen en duda que se trata de un invento del evangelista Mateo (los otros tres no mencionan nada sobre el particular). Es absurdo que el rey Herodes recurriera a un acto tan cruel como es degollar a todos los niños menores de dos años. Hubiese bastado con localizar a Jesús, que no era misión imposible en una aldea tan pequeña y próxima a Jerusalén, y aún así estaba incapacitado para cometer tal crimen sin orden expresa del gobernador imperial. De haber ocurrido dicha matanza, es muy seguro que el historiador Flavio Josefo la hubiese recogido en su Antigüedades judías, obra en la que cita muchos crímenes perpetrados por Herodes. Por otra parte, encontramos en la leyenda de Krishna, muy anterior a Cristo, un suceso similar. Y lo mismo ocurre con el profeta Moisés, que también se libró por los pelos de la ira del faraón, quien mandó matar a todos los recién nacidos. Heracles, hijo de Zeus y de la virgen Alcmena, también sufre la persecución de Heras, al saber que será futuro rey. Estas leyendas solo buscan atribuirles a tales personajes un destino divino, que les capacita incluso para superar cualquier obstáculo que les ponen sus enemigos para que no cumplan su plan de salvación.

DIOSES MISTÉRICOS

El mitraísmo estaba extendido por todo el Imperio Romano, llegando a tener el beneplácito de los emperadores. El culto a Mitra, surgido en Persia en torno al siglo II a.C., tuvo una enorme popularidad en los pueblos del Mediterráneo y fue un claro competidor del cristianismo. Si el emperador Constantino no hubiese dado legitimidad al cristianismo (por cuestiones políticas más que religiosas), el mitraísmo habría perdurado siglos y siglos (recordemos que el Vaticano se levanta sobre las ruinas de un santuario al dios Mitra). Los cristianos no tuvieron más remedio que adaptar muchos elementos mitraicos a su nueva religión, para garantizar una exitosa difusión de su doctrina. De ahí que la natividad de Cristo sea tan parecida a la de Mitra, ya que este dios pagano, según la leyenda, nació un 25 de diciembre, de una madre virgen, en una cueva y fue adorado por unos pastores que le trajeron presentes. En el siglo IV fue cuando se decide establecer definitivamente el nacimiento de Jesús el día 25 de diciembre -por orden del papa Liberio-, quedando así absorbida la fiesta pagana del Dies Natalis Solis Invicti, que conmemoraba el solsticio de invierno (“¡Os ha nacido hoy el Salvador!”, se anunciaba en aquellos cultos solares). Por tanto, los mitos mitraicos fueron readaptados a los mitos cristianos, con la diferencia de que éstos se intentaron hacer pasar por hechos históricos, dejando a un lado toda connotación gnóstica o mítica. Se pretendía así colocar a Cristo en una posición superior -al atribuírsele una existencia real- frente a los restantes hombres-dioses. También Attis, dios de Frigia, nació el 25 de diciembre. Cibeles es el nombre de su madre virgen. Igualmente, en esa misma fecha nació el dios griego Dionisos, siendo adorado en un pesebre. Su madre virgen es Sémele. Los nacimientos de estos hombres-dioses fueron anunciados por señales celestiales. Así ocurre con Buda, en cuya leyenda encontramos una fulgurante estrella anunciadora y varios ángeles celebrando con alabanzas la buena nueva. La madre de Buda, también virgen y penetrada por un rayo de luz divino, se llamaba Maya (nótese el parecido con el nombre María). Otro dios-hombre antiguo del que el cristianismo tomó muchas referencias para reconstruir la leyenda de Cristo fue el egipcio Osiris, cuya venida fue anunciada por tres sabios identificados con las tres estrellas principales del cinturón de Orión (Alnitak, Alnilam y Mintaka), que apuntan directamente a la estrella Sirio (Osiris), la más brillante del firmamento. Connotaciones cosmológicas que los cristianos literalistas transformarían en eventos históricos durante la elaboración del mito de Jesús. De nuevo nos encontramos con que el hijo de Osiris, Horus, nació el 25 de diciembre y en una cueva. Su madre, la Virgen Isis-Meri (proclamada por los egipcios como “Reina del Cielo” y ataviada con un manto azul adornado de estrellas), fue representada con su hijo en el regazo, igual que las posteriores imágenes de la Virgen María con el niño Jesús. Hay tanta similitud entre los mitos cristianos y los antiguos mitos egipcios, que muchos eruditos están convencidos de que Egipto es la cuna del cristianismo. Es lo que asegura el teólogo catalán Llogari Pujol, al defender que los Evangelios fueron confeccionados por sacerdotes judeo-egipcios del templo de Serapis en Sakkara (Egipto). Asimismo, el dios sirio Adonis nació el 25 de diciembre. Su madre virgen fue conocida con el nombre de Mirra. Y sería venerado en una cueva ubicada en un bosque donde más tarde se situó a Belén. La cueva siempre representó en las antiguas mitologías el útero de la Madre Tierra, el mundo oscuro y subterráneo del que surge la luz que ascenderá a los cielos. El paganismo utilizó dicha alegoría para ubicar el nacimiento de sus dioses. El cristianismo -a pesar de su feroz lucha contra las religiones paganas- empleó también el concepto de cueva o establo, aunque dándole una ubicación geográfica en vez de un sentido simbólico. Los plagiadores cristianos fundieron todos esos elementos procedentes de diversas doctrinas paganas para moldear la historia de Cristo. Y así se fabricaron los evangelios. “El cristianismo no fue una revelación nueva y excepcional, sino que en realidad fue una adaptación judía de la antigua religión mistérica de los paganos”, afirman Timothy Freke y Peter Gandy, autores de la extraordinaria obra Los misterios de Jesús. Unos siglos más tarde, llegaron otros falsificadores, como los apologistas Eusebio de Cesarea e Hipólito de Roma, encargándose de falsificar aún más si cabe los textos sagrados, añadiendo párrafos (interpolación), mutilando o modificando el sentido de las frases. “Muchos cristianos denuncian el paganismo como una falsa religión. Si esto es correcto, entonces el cristianismo es también falso, pues es de origen pagano, y si uno no es verdad, tampoco lo es el otro”, apunta John G. Jackson, autor de Christianity Before Christ. En vista de estos datos, pocas opciones quedan para seguir afirmando que Cristo creó el cristianismo. Más bien sucedió lo contrario: el cristianismo creó a Cristo…

FILÓSOFOS PAGANOS

Los filósofos Celso (siglo II) y Porfirio (siglo III) ya se encargaron de anunciar los paralelismos existentes entre Jesús y los dioses mitológicos, así como las contradicciones entre los cuatro evangelios, acusando a los apologistas cristianos de inventarse unas veces y plagiar de la religión pagana otras los relatos contenidos en los evangelios. “¿Son estos sucesos distintivos exclusivos de los cristianos, y, si lo son, qué los hace exclusivos? ¿O los nuestros deben considerarse mitos mientras que hay que creer en los suyos? ¿Qué razones dan los cristianos para explicar el carácter distintivo de sus creencias? La verdad es que no hay nada extraordinario en lo que creen los cristianos, excepto que creen en ello con exclusión de verdades más exhaustivas sobre Dios”, escribió Celso. La Iglesia intentó a toda costa ocultar o negar los argumentos de los filósofos paganos que cuestionaban la historicidad de Jesús. No hay más que leer las réplicas incendiarias de Ireneo, Tertuliano y Justino Mártir. Aunque a veces se recurrió a métodos más expeditivos para salvaguardar de cualquier crítica la pretendida exclusividad de la fe cristiana. Se llegaron a quemar bibliotecas y templos paganos. Mientras que muchos filósofos y sacerdotes de las religiones mistéricas fueron perseguidos, torturados y asesinados. El paganismo, convertido en herejía, quedaría prohibido en el año 380, por decreto del emperador Teodosio. El cristianismo ortodoxo, que fue adquiriendo un enorme poder político y económico, no encontró mejor fórmula que exterminar todo aquello que obstaculizaba su expansión e implantación. Y fue así, y no de otro modo, como finalmente venció.

No debemos olvidar que los antiguos egipcios ya exponían durante el solsticio de invierno la imagen de un niño recién nacido, simbolizando el nacimiento del astro-rey, para recibir adoración y ofrendas. Por eso, cuando usted instale en algún rincón de su casa un pequeño belén para conmemorar la Navidad, con las tres figuras sagradas -en el centro, el Niño representando el sol-, además del asno (símbolo de Sagitario) y el buey (animal sagrado en el antiguo Egipto), coronado todo el conjunto con la Estrella de Oriente, ha de saber que está escenificando un mito solar de origen pagano que se pierde en la noche de los tiempos y que acabó cristianizándose. Y es que los mitos jamás desaparecen, solo se transforman…

(Anexo 1)

En las tradiciones brahmánicas encontramos textos que luego han sido plagiados por los Evangelistas. Uno de ellos reza así: “Una tarde cuando la virgen rezó sonó música celeste, la cárcel se iluminó y Vischnu apareció en el esplendor de su majestad divina. Devanaki cayó en éxtasis y después de haber recibido del Espíritu Santo concibió”. También nos resultará familiar leer el siguiente párrafo extraído del Atharva Veda: “Bendita tú Devanaki entre las mujeres. Eres elegida para la obra de la redención. En tu seno el rayo del resplandor divino será hombre. Tú eres la madre de todos nosotros; porque de ti nacerá aquél que nos redimirá”. En esas mismas tradiciones hindúes encontramos un texto muy afín al episodio de Herodes, en el que Kansa, tío de Krishna, intenta matar a su sobrino para que no le arrebate su reino: “…Mandó matar en sus estados a todos los niños varones, que habían nacido en la misma noche, que Krishna”. El plagio, sin duda, es evidente. Según el teólogo y ex-sacerdote Franz Griese, “de los 89 capítulos de los cuatro evangelios, 80 son una copia de la vida y doctrina de Krishna y de Buda”…

(Anexo 2)

En un antiguo poema egipcio dedicado a Osiris, considerado “el Señor de toda la Tierra” nada más nacer, encontramos analogías con las canciones que la tradición cristiana ha utilizado para celebrar el nacimiento de Jesús:

¡Ha nacido! ¡Ha nacido! ¡Oh venid y adoradle!
Joven como la Luna por su fulgor y sus cambios,
por los cielos deambulan Sus pasos,
estrellas que nunca descansáis y nunca os ponéis,
¡Adorad al hijo engendrado por el propio Dios!
¡Cielo y Tierra, oh venid y adoradle!
¡Inclinaos ante Él, arrodillaos ante Él!
¡Rendidle culto, adoradle, postraos ante Él!
Dios que ha nacido de noche.

(Anexo 3)

JESÚS NIÑO EN LOS APÓCRIFOS

Los Evangelios Apócrifos, como bien señala el historiador J.M.Blázquez, abusan mucho de lo fantástico y de lo legendario. Y curiosamente son esos textos los que recogen mayor información sobre la anunciación de María, el nacimiento de Jesús, los reyes magos, etc. Y es de ahí precisamente de donde ha bebido la tradición cristiana para reconstruir la supuesta historia de la Natividad. “La literatura apócrifa es muy válida para trazar las líneas de evolución de las creencias, de la teología popular, de la liturgia, de la hagiografía, etc., pero no nos permite utilizarla como medio histórico fidedigno para acceder al Jesús histórico”, asegura el catedrático Antonio Piñero, una de las voces más autorizadas en la materia.

La verdad es que resulta tan fantástica la imagen que los Apócrifos ofrecen de Jesús siendo niño, que pocos cristianos dan crédito a tales narraciones. De hecho, ese fue uno de los motivos de haber sido desterrados del canon oficial de los textos sagrados. Están repletos de milagros efectuados sin motivo alguno y de acciones no siempre positivas. Más bien se ofrece la imagen de un niño caprichoso y perverso, incapaz de controlar sus poderes divinos y que a veces mata a sus adversarios de forma cruel. Si, por ejemplo, consultamos el Evangelio del Pseudo-Mateo, leeremos que Jesús, jugando a la edad de cuatro años en la orilla del Jordán, comenzó a hacer pequeños surcos para que el agua pasara a unas pequeñas lagunas. Uno de los niños que por allí jugaba, destruyó lo que Jesús había hecho. “¡Sea la desgracia sobre ti, hijo de la muerte, hijo de Satán! ¿Cómo te atreves a destruir las obras que yo hago?”, dijo Jesús encolerizado. En ese instante, el niño cayó muerto. Dicho apócrifo recoge muchas otras maldiciones pronunciadas por Jesús que produjeron la muerte inmediata en las personas a las que iban dirigidas. También se recogen relatos similares en el Evangelio de Santo Tomás. Los prodigios de Jesús recién nacido, realizando curaciones y expulsando demonios, son expuestos en el Evangelio Árabe de la Infancia, donde se afirma que estando el Mesías en la cuna, pronunció estas palabras a su madre: “Yo soy el Verbo, hijo de Dios, que tú has parido, como te lo había anunciado el ángel Gabriel, y mi Padre me ha enviado para salvar al mundo”…